dilluns, 1 de juliol del 2013
PARADOJA Y PARADIGMA
Si aseguramos conocer la sustancia de las cosas, el bien hacer y decir; si nos sentimos naturalmente ungidos y somos capaces de compadecernos de quienes no han sido favorecidos por tales gracias; si nuestra sensibilidad descuella entre las perlas con que poetas y artistas nos obsequian; si gustamos de taracear los cofrecillos en donde atesoramos las pruebas del más sublime amor o sus desmayos; si en recta consideración de la amistad admitimos entre nuestros desvelos los causados por los negligentes actos de quienes no saben corresponder al favor de nuestra compañía; si sabemos, o decimos saber, cuál es la especie que se oculta tras los misterios de la condición humana; si nada se escapa a nuestra perspicacia y la bondad que orla nuestra apariencia es asimismo la argamasa conveniente a la erección de la confraternización universal; si tan magníficos somos y con tanta liberalidad nos entregamos, ¿por qué dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo al denuesto, la imprecación, la malediencia, la envidia, la sevicia o la indiferencia y la frialdad? ¿Por qué el mejor de nuestros semejantes, el más cercano y cálido de nuestros consejeros pasa sin intermedio a ser un rufián y a residir en el hueco más abyecto de nuestra alma o, peor aún, a engastar los áridos confines del olvido?
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