divendres, 27 de juny del 2014

EN LA CAPITAL DE LA GLORIA

Las autoridades han prohibido en Madrid la exhibición de banderas republicanas hasta tanto no concluyan los actos de proclamación del nuevo rey. El ejercicio de la libertad, ya se sabe, debe ser tutelado para que los incautos ciudadanos no sufran daño alguno. La música militar, naturalmente marcial y falsamente festiva, ha impedido a los escasos oídos rememoradores valorar como se merece el impacto de las bombas y el hambre y las calamidades padecidas por la población resistente en “la capital de la gloria” durante el asedio de las tropas insurgentes del general Franco. En su primer acto oficial como monarca, Felipe VI, Borbón protagonista del "hecho sucesorio" cuya legitimidad monárquica hay que buscar en el levantamiento del 18 de julio de 1936, ha tomado de manos de su padre el mando de las Fuerzas Armadas. El espurio soberano, obviando al auténtico soberano de una sociedad libre, el pueblo, ha acudido a los espadones para, en un ejercicio de innegable coherencia realista, mostrar a los librepensadores el interior castrense de su pensamiento. Después, en los etcéteras, los comentaristas paniaguados con título de abuelos han disertado acerca de la ternura de las niñas agraciadas con los premios del principado y el infantado y de las beneméritas escenas matritenses del desnortado público que, acodado en las vallas dispuestas en las calles del Madrid realmente televisivo, se integraba sin querer ni saber en el más caro costumbrismo y pintoresquismo que desearse pudiera. Todo bien en Madrid, la prohibición ha sido correcta, la salud democrática no corre peligro, la legalidad ha cogido el toro por los cuernos. Y, al final, el toro ha muerto… La ovación en el arrastre está asegurada.

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