Confieso que nunca he creído en las casualidades, como por ejemplo la de encontrar una botella con un mensaje en su interior, y menos que su remitente se encuentre en algún lado del mundo a la espera de que alguien se ponga en contacto con él. Hace unos días, enfrascado en el mil veces aplazado zafarrancho de limpieza de mi biblioteca, llegó a mis manos el texto de una despedida que escribí para Elena -Elena sin hache- hace diez años. No recuerdo su fisonomía, no recuerdo su voz, no recuerdo nada aparente de ella; sólo [me resisto a no acentuar el adverbio] recuerdo que la quise. Elena fue amiga de quien quiso serlo de ella, aun sin el trámite del conocimiento mutuo. El adiós, pensé tras leer mi cuasi dolora del pasado, es lo único que tenemos. Por ello, y para tenerla una vez más, reproduzco el escrito, con la misma ilusión y la memoria en estado de buena esperanza:
"ELENA
Con la despedida principia el olvido, pero también el recuerdo. Sea este encuentro la sustancia del útero más sólido --y delicado, al tiempo- en que se desarrolle el embrión de la memoria, y ponga cada cual el licor que mejor le acomode al pensamiento. Nacerán -ya han nacido- con el último abrazo, con el beso definitivo, los abrazos y los besos que nos dimos como celebración de una amistad labrada en no pocas ocasiones bajo la inclemencia de las asechanzas. No importa ahora, sin embargo, tal cosa. Y aunque es verdad que somos esclavos de nuestras palabras, quedémonos con el placer de saber que del mismo modo somos propietarios de nuestros silencios. Depositarios de las verdades, en ellos van también, a buen seguro, los mejores deseos de cuantos aquí nos encontramos.
No te decimos adiós, por más que el adiós llegará rendido con el tiempo. Llévate un poco de nosotros y nosotros haremos el resto. Tal vez nuestro corazón oficie de Paris y te rapte, como le sucedió a la espartana antes que troyana Helena, hija de Leda y esposa de Menelao. O tal vez dejemos el señuelo del reencuentro en el balcón de nuestros ojos, cuya luz siempre permanecerá encendida para ti.
¡Sonriamos, Elena, ahora empieza de verdad lo bueno!"
No te decimos adiós, por más que el adiós llegará rendido con el tiempo. Llévate un poco de nosotros y nosotros haremos el resto. Tal vez nuestro corazón oficie de Paris y te rapte, como le sucedió a la espartana antes que troyana Helena, hija de Leda y esposa de Menelao. O tal vez dejemos el señuelo del reencuentro en el balcón de nuestros ojos, cuya luz siempre permanecerá encendida para ti.
¡Sonriamos, Elena, ahora empieza de verdad lo bueno!"
Elena, Helena, en Esparta o en Troya, en la realidad o en el sueño, nada permanece, todo es principio, si quieres, si queremos.
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