dissabte, 21 de març del 2015

LAS EDADES

Tiene mi madre ochenta inviernos y más de un millón de infiernos en su cuerpo, pero la primavera con que florece cada mañana carece de fin y de miedo. La fuerza de esta octogenaria no tiene parangón más que en la de la persona que se yergue en tu pensamiento, lector, pero lo que no lo tiene es el beso con que me ha celebrado como el mejor de sus deseos. Yo soy yo y su circunstancia, que no es la tuya. Y ella es ella, como la madre del olvido nos recuerda.

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