Uno de los mayores honores que la vida me ha
ofrecido ha sido conocer a don Ventura Sella i Barrachina. Sitgetano de cuna y
vocación, humanista inexorable y católico practicante siempre dispuesto a
reflexionar sobre el credo y sus avatares (con perdón), la bondad y la
generosidad intelectual de este sabio suburense no conocen límite alguno.
Ventura (Sitges, 1927) es un erudito cuyos brazos abiertos al ignorante que se
le acerca le sitúan –en los términos de la fe que profesa- muy cerca de la
gloria de Dios. Seguramente, su extrema liberalidad me ha permitido conocer de
primera mano algunas de sus traducciones del latín e investigaciones relativas al
casi desconocido mundo de las órdenes monásticas y sus reglas, especialmente de
las benedictinas. Es precisamente la inspiración de San Benito la que ha
vertebrado el acertado quehacer de nuestro maestro en el arte de latinar, cuya
secularidad no me impide reconocerle como dom. Sea, pues, indistintamente don
Ventura y dom Sella -¡y que Dios me coja confesado!, pues su humildad le impide
reconocerse en titulo extraordinario alguno, aunque lo otorgue el afecto.
No ha mucho, dom Sella me ha privilegiado
(¡una vez más!) con la lectura de un sucinto trabajo –cuyos título y contenido
no desvelaré por permanecer inédito y carecer de la autorización del autor- sobre
un monje benedictino fallecido recientemente y con quien le unió una profunda
amistad “in Christo”. Las bellísimas páginas en que don Ventura retrata tan
cercana y fraternal relación, orlada siempre por la erudición, han sido para mí
una lección y, espero, una guía en la equivocada senda por la que discurren los
más de los intercambios humanos, interesados tantas veces, cuando no fallidos.
Don Ventura Sella i Barrachina, el seglar dom
Sella, es desde hace décadas crisol y faro –la última modernidad lo denominaría
“referente”- de la cultura de la Blanca Subur, terruño directamente señalado
por el divino azur del cielo y del mar. Tan encomiables han sido sus aportaciones
a las más importantes instituciones culturales de la localidad -como el Grup d’Estudis
Sitgetans, por citar solo un ejemplo- que cuesta creer que aún no hayan sido
homenajeados como se merecen ni el hombre ni el prócer cultural. Hago votos –y permítaseme
que sea en sus sentidos más amplios- por que tales reconocimientos se
produzcan. La edad provecta del extraordinario personaje y, repito, el bien
procurado a la comunidad a lo largo de tantos años y con tanto desprendimiento
así lo demandan. Amén.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada