diumenge, 26 de juliol del 2015

LA CONFESIÓN

Durante la última semana, he visto a mi vecino varias veces deambular más cabizbajo de lo habitual y sin su teléfono móvil "hors catégorie". Hoy nos hemos encontrado cuando, tras forcejear con la puerta del edificio, él para entrar y yo para salir, uno de los dos, no sabría decir quién, ha cedido a la pretensión del otro. El topetazo subsiguiente, más propio de dos machos cabríos, ha forzado un diálogo de cuya realidad nada puede dar fe, pues yo carezco de artefacto celular y él, como se ha dicho, hace días que no se aferra a ese moderno hierro ardiente. "Parece, vecino, que no quieres cuentas con nadie", le he dicho sin sentir apenas lo que decía. "No, no, no es eso", me ha respondido sin responderme. "Creo que he de irme de casa, o divorciarme, o llamar a la policía", ha añadido, ahora sí con intención de decir algo. "No entiendo", le intento alumbrar denunciando mi oscuridad. "Desde que me robaron el teléfono no sé nada de mi mujer", cree ayudarme. "Hombre, vecino", le interrumpo ante lo que me estaba pareciendo una andrómina, "¡pero si vivís en la misma casa!" "Sí, pero llevamos tanto tiempo pegados a la pantalla del móvil que nos hemos olvidado de nuestras caras y, lo que es peor, hemos perdido la costumbre de necesitarnos". Atónito, me ofrecí a socorrerle en la búsqueda de su esposa, dado que yo sí recordaba su cara. Su respuesta me dejó perplejo. "Pero si no recupero el teléfono móvil, ¿qué hago yo con una mujer para quien nadie ni nada que no estén en él solo son materia olvidada del olvido y aun ni eso?"

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada