divendres, 4 de gener del 2019

LA MASCOTA DE INDALECIO MARÍA

Dicen los vecinos más próximos al domicilio de Indalecio María que sus dueños le han llevado una mascota para que se entretenga y deje de ofrecer los recitales a que nos tiene acostumbrados desde hace unas pocas semanas, bien por exceso de ladridos, bien por sumirse en una soledad nada insondable por tratarse de un perro muy franco en sus manifestaciones, pero soledad al fin. Aseguran los informados que el animal que ha entrado en casa del can para retirarlo definitivamente del balcón es un reptil, pero no un quelonio inofensivo, como cabría esperar, sino un ofidio, que de suyo es temible si no mortal en muchos casos. Al parecer, Indalecio María dedica la mayor parte de su tiempo de ocio a la observación detenida de la serpiente, cuyas formas tanto le sorprenden, pues nunca había visto un ser con ese aspecto, pese a ver a diario, desde la altura de su balcón, a tantos semejantes a sus dueños conducirse como si se arrastraran, aunque, eso sí, de forma ruidosa, incluso ensordecedora. El can, poco avezado a las sofisterías que la comparación entre humanos y reptiles requerirían, centra su atención en la búsqueda de la cola de tan extraño animal. Pero, por más que se afane en su hallazgo, no lo consigue. Deja de pensar como un futuro liberto, o como un fugitivo exitoso, o como un miembro de cualquier realeza, por más hórrida que ésta sea, y exige a sus sentidos disciplina, pero sobre todo fidelidad. Por fin, un movimiento del investigado le hace ladrar de contento: el ápodo reptil empieza a erguirse hasta situar su cabeza a la altura de la del investigador cuadrúpedo, de modo que semeja la cola de cualquier perro que haya conocido. “Sólo le falta moverla”, parece pensar Indalecio María, en inequívoca referencia a su propio apéndice posterior, que reacciona a los estímulos del exterior antes que su propia mente. Sin embargo, al comprobar que quien se enhiesta frente a él más ha de creerse que espera el momento propicio para asestarle un golpe, o quién sabe, huir a todo reptar a fin de zafarse del curioso adiestrador llegado desde algún ignoto lugar allende las paredes del terrario, que intente remedar lo visto en el adiestrador, lo que ratificaría su voluntad, no sólo de ponerse en manos de tan buen maestro, sino, sobre todo, la palmaria prueba de su primer paso en el aprendizaje del arte de ser perro bajo una forma diferente de ser cualquier cosa indefinida a efectos de una vecindad interesada.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada