Anhelan muchos que se cumpla esa paremia que asegura que el dinero llama al dinero. No sé si eso será verdad, pero sí me inclino a pensar que, cual campo magnético, cada interés tiende a atraer o a acercarse a lo que le es afín. Puesto que carezco de dinero y no realizo movimientos especulativos que tengan que ver con él, y en cambio sí ando a vueltas con los libros, uno de estos me ha traído un regalo en su interior que aprecio como un anticipado regalo de Reyes. Al abrir las páginas de una de las traducciones de que dispongo del "Canto a mí mismo", de Walt Whitman, en concreto la paráfrasis que realizara el poeta español León Felipe en 1941, un trozo de cuartilla mal cortado y con unas líneas escritas presumiblemente con pluma estilográfica ha caído al suelo. Cuando he leído su contenido, el retazo ha pasado a convertirse en uno de los tesoros de mi biblioteca. Mediante el modesto trozo de papel, alguien pretendía elogiarnos a Pepi y a mí; y a fe que lo consiguió, pues leído ahora lo juzgo uno de los actos de amor más bellos que nos hayan podido brindar. Lean, reciten o canten, por favor:
"Que los aromas del romero os lleguen tempranos, que la frescura de la mañana os rocíe de fundadas esperanzas, que el canto de las aves os anuncie buen augurio, que la tristeza otoñal os deje el poso de la mismísima esencia de vuestros seres queridos, que experimentéis la felicidad, pues a pocos les es dado tan noble experiencia."
No sé con motivo de qué recibimos tan hermoso escrito, expresión de unos no menos hermosos sentimientos, pero ahora que lo vuelvo a releer considero que no hay mayor bien que el de la fraternidad ni más oculto tesoro que el que dejamos abandonado en nuestro interior en vez de favorecer su simpatía en el invisible espacio de las luces cegadoras bajo las que nos topamos sin mestizarnos. La fortuna está en nosotros.
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