dimarts, 10 de gener del 2017

UN SOÑADOR PARA UN PERRO

Denunciaba Antonio Buero Vallejo en "Un soñador para un pueblo" la inveterada casposidad del pueblo español, que ejemplificaba con lo sucedido al hombre de confianza de Carlos III, el siciliano de Mesina Marqués de Esquilache. El diplomático italiano, cuya vida no puede entenderse lejos del monarca hispano, ya desde que este lo fuera de Nápoles, se empeñó en poner cerebro a un cuerpo carente del mismo y de carne anquilosada. La España a que arribara, hambrienta e inculta secularmente, no supo ver en él al introductor de las nuevas ideas europeas ni al promotor de los cambios necesarios para la resurrección del cadáver patrio. Esquilache, además, era extranjero en el fundo sagrado de la Iberia famélica, y ser un meteco no es mal ni curable ni condición excusable o perdonable. El extranjero, al extranjero. En él y en aquel lejano "nosotros" del siglo XVIII, que en este de hoy ha dado, venía pensando durante mi diaria caminata matinal cuando, a la entrada del edificio en donde resido, me he cruzado con la vecina del tercero. "Buenos días", le he dicho. Apenas un levísimo movimiento de su cabeza semioculta entre la melena lacia y castaña, le ha bastado para devolverme el saludo, al tiempo que tiraba de malos modos del pobre José Luis, un magnífico ejemplar negro de perro Labrador Retriever. El animal, tesoro de incalculable valor para sus amos durante las primeras semanas de su vida, fue adquiriendo con los meses todos los rasgos caracterológicos de la psicóloga y el taxista, psicólogo popular donde los haya, dueños de la silenciosa bestia, otrora ladrador como dios manda y su naturaleza exige. Vecina y can se han alejado sumidos en los algodones de la indiferencia. Sin embargo, antes de doblar la esquina, José Luis ha vuelto la cabeza y me ha mirado, no sé si con humana tristeza o con canina ensoñación. A no tardar, en cuanto se le escapen los humores con que finiquita la libertad cada mañana, volverá al piso en que le crecen la soledad y la muerte. La sumisión en que vive me lleva a pensar que en España, y tal vez en el mundo, pero de esa extensión todo lo ignoro, nada ha cambiado desde los tiempos del frustrado marqués, sino la exterior apariencia; y digo exterior, porque la interior en nada ha variado. La ranciedad y la hosquedad siguen encabezando la mísera marcha de esta sociedad de fámulos, solo levantiscos con sus iguales, e "ignorantes soberbios", como el buen Lope de Vega dejó escrito en la tumultuosa soledad de sus soledades.

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