La ultraderecha española
está de enhorabuena. El partido que la representa en las Cortes, el Partido
Popular, está logrando, merced a su mayoría absoluta, devolver a España sus
señas de identidad, o mejor dicho, las de la rancia minoría que la desgobierna.
Con el señuelo de la zanahoria del separatismo periférico; el regular recurso a
la xenofobia; la sumisión de la ciudadanía "laica" a los dictados de
la ley del españolísimo dios de los cielos; el recordatorio casi nostálgico de
los asesinatos de ETA, aunque no de otros "batallones" y justicieros;
el peligro de la desespañolización por diferentes vías; la denuncia del afeminamiento
y, por lo tanto, la pérdida de vigor y tronío del macho ibérico, habida cuenta
de la permisividad con homosexuales y raros de toda laya; la insufrible
promoción social de las mujeres, fugitivas de fogones, tálamos reprobatorios y
reformatorios que, además, disponen de licencia para matar a las criaturas
confinadas en sus úteros-cárcel; la subversión del relato histórico por parte
de los exhumadores de la memoria y, en fin, la patente y diaria constatación de
los peligros que conlleva la libertad, con todo ello el Partido Popular está
consiguiendo rescatar a la bicha y endemoniar a quienes no llevan los ajos
protectores bajo el sayo.
Los instrumentos o argucias
son la nueva ley del aborto, con la que se materializa la imposibilidad de
abortar, salvo que seas rico, pertenezcas a una orden religiosa o a la proba
monarquía borbónica, cuya doble moral es repugnante, como prueba, por ejemplo,
el último episodio abortista; la nueva ley de educación, que permitirá
“homogeneizar” las culturas y tradiciones ibéricas, o sea, gasear a la
ciudadanía disidente con el nacionalismo carpetovetónico; las prebendas,
sinecuras y reconocimientos que reciben los historiadores a sueldo y
periodistas fidelizados por emasculación a fin de desacreditar a quienes
denuncian el falso relato histórico; la protección a toda costa y por todos los
medios, no importe su legalidad, de banqueros, grandes, o no tanto, y nobles en
general, de España, fulanos y menganas arrimados al calor púbico de la altísima
sociedad mesetaria; la clausura de medios de comunicación; la demanda a través
de terceros de la restitución de la pena de muerte y de la cadena perpetua,
absurdamente denominada “revisable”; el uso de concertinas, de momento sólo en
la frontera africana, con la intención de hacer sonar las notas de la muerte…
La muerte. El Partido
Popular y quienes le dan su apoyo, incondicional u ocasional, hacen gala de un
paradójico sentimiento de defensa de la vida. Mientras consideran que cuantas
personas participan en el proceso necesario para la realización de un aborto
son asesinas, no ocultan su satisfacción por los ajusticiamientos practicados
en las “democracias” amigas, como los Estados Unidos de Norteamérica, o
dictaduras de “interés” preferente, como la República Popular China, amén de
sus intervenciones militares en todo el mundo o acciones criminales de asfixia
económica que impiden el desarrollo de la vida…
La vida. El Partido Popular
aprueba una ley, la del aborto, que dice buscar el interés del menor, defender
la vida del nonato. Y lo hace con el cuchillo entre los dientes, pero no para
practicar la cesárea salvadora de un eterno Ramón nonato, sino para sajar de
raíz la democracia y así eliminar los sarpullidos que ésta ocasiona en la
mayoría de sus integrantes y de los ciudadanos a quienes representa. El Partido
Popular ha aprobado una ley del aborto tan restrictiva que acabará por
estrangular la vida de la democracia y propiciar su aborto. ¡Vade retro!
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