dijous, 12 de maig del 2016

¿UN CATALÁN ES PAÑOL DONDE GUARDAR QUÉ?

El año en que se iniciaba la Revolución Francesa (1789), en la siempre atrasada España se publicaba, póstumamente, la obra "Cartas marruecas", del militar y hombre ilustrado José Cadalso y Vázquez, cuya muerte le sobrevino en un accidente "profesional" (hay quien afirma que fue un suicidio) durante el asedio de Gibraltar (1782). Afirma su autor en el libro, que se propone analizar "el asunto más delicado que hay en el mundo, cual es la crítica de una nación", que "esta península no ha gozado una paz que pueda llamarse tal en cerca de dos mil años". Asimismo, reconoce que el permanente recurso a las armas ha hecho a los españoles "mirar con desprecio el comercio e industria mecánica" y que "los muchos caudales adquiridos rápidamente en las Indias distraen a muchos de cultivar las artes mecánicas en la península y de aumentar su población". Con respecto a la memoria, Cadalso asegura que “quien escriba sin lisonja la historia, dejará a la posteridad horrorosas relaciones de príncipes dignísimos destronados, quebrantados tratados muy justos, vendidas muchas patrias dignísimas de amor, rotos los vínculos matrimoniales, atropellada la autoridad paterna, profanados juramentos solemnes, violado el derecho de hospitalidad, destruida la amistad y su nombre sagrado, entregados por traición ejércitos valerosos; y sobre las ruinas de tantas maldades levantarse un suntuoso templo al desorden general”. Gran viajero, políglota, hombre leído y escribido y conocedor de los beneficios de la instrucción, se queja del “atraso de las ciencias en España en este siglo”, la causa de la cual “¿quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de ‘pane lucrando’ que son las únicas que dan de comer”. Poco confía en la evolución de sus paisanos, pues constata que “si el carácter español, en general, se compone de religión, valor y amor a su soberano por una parte, y por otra de vanidad, desprecio a la industria (que los extranjeros llaman pereza) y demasiada propensión al amor; si este conjunto de buenas y malas calidades componían el corazón nacional de los españoles cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales”. Tras bosquejar los, a su juicio, rasgos distintivos de los principales pueblos españoles, el autor concluye que “los catalanes son los pueblos más industriosos de España. Manufacturas, pescas, navegación, comercio y asientos son cosas apenas conocidas por los demás pueblos de la península respecto de los de Cataluña. No sólo son útiles en la paz, sino del mayor uso en la guerra. Fundición de cañones, fábrica de armas, vestuario y montura para ejército, conducción de artillería, municiones y víveres, formación de tropas ligeras de excelente calidad, todo esto sale de Cataluña. Los campos se cultivan, la población se aumenta, los caudales crecen y, en suma, parece estar aquella nación a mil leguas de la gallega, andaluza y castellana. Pero sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia e interés. Algunos los llaman los holandeses de España. Mi amigo Nuño me dice que esta provincia florecerá mientras no se introduzca en ella el lujo personal y la manía de ennoblecer los artesanos: dos vicios que se oponen al genio que hasta ahora les ha enriquecido”.
A poco que a ojos desnudos miremos el hoy español, hallaremos en él parangón bastante con el ayer de que hablaba Cadalso, que es el mañana y aún el siempre jamás.

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