divendres, 16 de desembre del 2016
LA CIMA, LA SIMA Y EL CISMA
De niño, el profesor de gimnasia (un militar, un policía o similar, retirados en la flor de la juventud casi siempre) me excusaba de saltar el potro, el plinto y cualquier aparato gimnástico que entrañase dificultad para un cuerpo obeso como el mío. No lo hacía para evitar mi mal, sino para no avergonzarle ante cualquier espectador ocasional. Hoy, ante la solemnidad de "la segunda ley" (como, al decir de algunos entendidos, mal o acomodaticiamente se traduce la palabra Deuteronomio), y a la vista del mundo, me pregunto si "alguien" me podría eximir no ya de su observancia, sino siquiera de su lectura, pues el avergonzado ahora soy yo, el derrotado más que el caído.
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