dimarts, 28 de març del 2017

CHURRAS Y MERINAS

Leo en el muro de un amigo -cuya identidad no revelo para preservar su privacidad- la opinión de un nombre -¿habrá hombre en su interior?- que, como poco, es imposible tratar de sensata. El tema que ha motivado la intervención de quien responde a las iniciales M. R. C. es el terrorismo de Estado que por desgracia padeció Argentina hace pocas décadas, como lo sufrieron también otros países de la región americana o, sin ir tan lejos, España durante el franquismo y en algunos momentos de la actual "democracia", lo que recordará quien quiera con la simple mención de la llamada "guerra sucia" que lideró el nunca identificado oficialmente ni, por ende, imputado "señor X". Niega el quídam M. R. C. la existencia del terrorismo estatal en España, pero sí la de los "nacionalistas", así, sin más, extendiendo el término a cualquier manifestación de las ideas, acciones políticas, económicas, sociales o culturales protagonizadas por los que no se consideran españoles o no en la misma medida que este ultramontano y errático opinador. Equipara, pues, el sujeto M. R. C., asesinato y opinión, algo que lo acerca a lo más rancio del carpetovetonismo. De una tierra que, según una letrilla ripiosa, no es andaluza pese a serlo, y cuyos moradores son objeto históricamente de la deportación económica, R. M. C. da y quita fueros, ajusta semánticas, categoriza, procesa, juzga y sentencia de forma sumarísima -ay, ¿delenda est dictatura?, quizá se pregunte fijando el pensamiento en tiempos "de orden". Se sitúa, el magno opinante, en la privilegiada posición del demiurgo, mas con el agravante del canal por el que emite sus mendaces mensajes en forma de opiniones hiperbólicas y desaforadas. Cuando salga a la calle, ¿habré de cuidarme de no recibir a quemamiente el deletéreo fruto intelectual de algunos de mis convecinos? ¿Me cuidaré de no encararme a según quiénes para eludir los obuses dialécticos que desde sus bocas busquen mi final? Quizá M. R. C., que aúna santo patrón español y espada justiciera en la fuente de su gentilicio, a nosotros traiga su reino de consideraciones intempestivas -¡qué más quisiera, el iluminado!- y nos permita ver y vivir como se debe, sin ismos engañadores, para no mezclar churras con merinas.

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