dimecres, 8 de març del 2017
EL CUSTODIO DEL ARTE Y EL POETA A SU PESAR
Callejeábamos distraidamente Pepi y yo el pasado domingo por el centro de Sitges cuando la publicidad de una exposición fotográfica llamó nuestra atención. Seguimos la dirección que indicaba la muda flecha y entramos en la sala central de una conocida fundación artística local. Un hombre sentado a una mesa hacía como que leía por encima de unas gafas que parecían molestarle. El silencio y la soledad lo envolvían todo, como una abigarrada atmósfera. Las fotografías de varios autores a nadie aguardaban en medio de las paredes blancas a modo de mazmorras donde habían sido confinadas. Tras saludarle, y sin apenas recibir por respuesta más que una ligera inclinación de la ya inclinada testa, nos entregamos a las obras que, de muy diferentes temas, reclamaban nuestra ayuda ocular desde sus ergástulas. Pepi, avezada en el arte de la fotografía, me revelaba los detalles técnicos que a un lego en la materia como yo se le escapan sin apercibirse. Como suele ser habitual, a medida que pasaba el tiempo las voces fueron ganando en volumen e hasta en algún momento buscaron incluir en el somero coloquio al hombre, ya a esa altura visto como un cancerbero. De modo tajante, el aburrido quiso hacernos saber cuán erráticas eran nuestras apreciaciones y qué poco estaba dispuesto a admitir comentarios que no denotasen un concienzudo dominio de la disciplina. Acostumbrado a ceder siempre la iniciativa y la presunción de aptitud al otro, me declaré, tal vez demasiado enfáticamente, un neófito entusiasta de la evolución de la daguerrotipia, al tiempo que me reclamé un diletante con visión para la poesía que la muestra desprendía. "Esos desnudos los ha fotografiado un poeta", me atreví a asegurar, después de que el adusto sentenciase que la fotografía no es un arte, o si lo es, sin duda es menor, a diferencia de la pintura. Comoquiera que le rectificase en su criterio anterior, algo picado en su orgullo en vez de gratificado por la alabanza, dijo ser él el autor de los espléndidos retratos de mujer a que me refería y "yo no soy poeta", concluyó. La saturación lumínica de que le había oído hablar momentos antes se presentaba ahora en mí en forma de aversión hacia aquel quídam que nos trataba con guantes asépticos y nos ignoraba señalándonos, por no decir que nos subestimaba como un misántropo en medio de una sala en cuyas paredes vivían hombres y mujeres de este y otros mundos. A-dios, adiós. ["..."]
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