dimecres, 5 de desembre del 2018
INDALECIO MARÍA ES MI YO, PERO YO NO SOY INDALECIO MARÍA
Me han dicho, Indalecio María, que tú no estás alegre ni triste; que ni esperas ni desesperas, que tus ladridos son la expresión de tu naturaleza inferior. He mirado al etólogo someramente, como por descuido. No quería reconocerme en él, la verdad. Cuando tus dueños salen de casa, lates con lo que juzgo una mezcla de rabia y dolor por el abandono. Pero el especialista dice que tú no tienes sentimientos, que estos los ponemos nosotros. Entonces pienso que, en realidad, Indalecio María, tú estás más cerca de mí que yo mismo; eres más yo que quien te habla, que tampoco puede ser tú. Vuelvo a mirar al etólogo, pero dispuesto a no creer nada de lo que me diga, pues él no será él, sino la proyección de otro como tú, querido perro del vecino. Estamos solos e incomunicables, porque no sé de qué modo podré hacerte llegar estas reflexiones de vecino humano de enfrente. Fíjate, además, cuán lejanos mojones: vecino -ese ser cuyo movimiento forma parte de tu paisaje limitado-, humano -una entidad que no quita ni pone al ser que se mueve en tu campo visual- y enfrente -el confín de tus ladridos, propulsores de mis latidos y del ritmo de mi soledad.
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