La palabra exilio parece remitir en la memoria colectiva exclusivamente al pasado siglo XX y al mundo occidental, como si las expatriaciones hubieran terminado como por ensalmo. El destierro se nos presenta asociado a las guerras, a la política, pero en ningún caso a las condiciones económicas. Esto se debe, tal vez, a que las dos primeras causas, por más terribles que parezcan en una primera impresión, no excluyen la culpabilidad del exiliado. Sin embargo, la raíz económica de la exclusión exime de responsabilidad a quien padece tal oprobio. Así, observamos con espanto cómo millones de personas hambrientas en todo el mundo -especialmente el no blanco- se desplazan, como el ganado trashumante, sin encontrar sustento ni estabilidad en parte alguna. A estas criaturas desconsideradas no se les concede ni el estatus de exiliados, ni el marchamo de deportados, ni llegan a concitar la atención de los épicos modernos. El mundo que se desvanece por la desaparición de sus hijos menesterosos cuenta además con un submundo mucho ha depositado en los hipogeos de la memoria pero no a fin de conservarlo, sino con intención de olvidarlo. Se da en ocasiones la circunstancia de que quienes han padecido el exilio como consecuencia del establecimiento de una dictadura y han pasado más de la mitad de sus vidas contra su voluntad fuera del terruño propio sufren posteriormente los efectos devastadores de las penurias económicas, que se ceban en ellos sin que a nadie extrañe la "lógica" contenida en el hecho. A perro escaldado todo son pulgas, parecen colegir, o al menos es la especie que hacen correr, quizá para tranquilizar las conciencias maleables. En resumen, una vez el exilio se te adhiere a la piel, contigo va hasta el final de tus días. Es esto último lo que la gran filósofa María Zambrano nos quería decir en "El exilio como patria", y es esto lo que obras como la del poeta y escritor Antonio Tello ponen de manifiesto, si bien hay que lamentar que el desierto que se abre ante los declamadores es cada vez más vasto. Leamos a la malagueño-caribeño-mexicano-habanero-romano-parisina:
"He conocido todo: desde el ser considerada como héroe, un héroe superviviente, hasta el desprecio con que ciertas conciencias reaccionan ante la presencia viva de un enigma; desde la hostilidad declarada hasta la adhesión, esa con que algunas conciencias se sienten rescatadas y que envuelve naturalmente la exigencia de que siga así siempre, como se pide al que nos salva de algo. Un héroe, o sea, un ser incomprensible y despreciable -para no haberlo de comprender-, un salvador... Y en medio y alrededor todos los grados de la curiosidad, de la simpatía, de la indiferencia, del recelo. Pocas situaciones hay como la del exilio para que se presenten como en un rito iniciático las pruebas de la condición humana. Tal como si se estuviese cumpliendo la iniciación de ser hombre.
Recae, pues, en pleno sobre el exiliado toda la ambigüedad de la condición humana, la asume o se la hacen asumir los demás, todos. Y así, si hubiera de responder a todos los que le han interrogado, tendría que ir pasando por todo eso que le han atribuido ser; tendría que entrar en cada uno de esos personajes y contestar, decir... la verdad que está viviendo. Lo cual dejaría a esos personajes en lo que son: máscaras. Máscaras creadas por la situación del que encuentra en su camino al exiliado -pues el exiliado es siempre él, el encontrado y alguna vez descubierto-; o máscaras inventadas por algún conflicto de conciencia, por algún inconfesado remordimiento o por algún pánico de los que acometen al que no ha perdido su herencia, al que tiene un 'estar'."
(Fragmentos iniciales de una "Carta sobre el exilio", incluida en "Escritos sobre el exilio", primera parte de "El exilio como patria", obra que María Zambrano dejó inclonclusa y que Juan Fernando Ortega Muñoz dispuso para su lectura en la colección "Memoria rota. Exilios y Heterodoxias", de la editorial Anthropos, en 2014.)