divendres, 21 d’abril del 2017

AMPUTACIONES

Viven muchos hombres carentes de la fundamental capacidad para la convivencia y la aceptación de la diferencia con sus semejantes. O por mejor decir, creen muchos de nuestros semejantes que en absoluto son semejantes de quienes opinan otra cosa que ellos. Alargado ad infinitum su infantilismo y consentido con negligente yerro, arrostran la falta cual muñón, y contra todos y todo arremeten en la creencia de que el precipicio próximo señala por igual el lugar de su levantamiento y el de la caída inevitable de los otros. La suerte no está echada, sino en sus manos y en su fuerza ineluctable. "De otro color, aquel, con otra lengua", quizá piense cada uno de esos prójimos refractarios. "Con lo bien que se ve todo con mis ojos", puede que concluyan los reluctantes. La discapacidad que de forma tan flagrante muestran no tiene cura. En la botica de las voluntades no hay un sólo lenitivo que alivie los dolores de la amputación o la atrofia. Y entonces sobreviene la última de las separaciones; a saber, la de la vida propia en la maldita soledad de la igualdad desigualadora. Váyase el hombre a la mierda, y con él sus habilidades y fingimientos; váyase con su farsa a la otra parte de lo vivo sin infestar tampoco a la tranquila muerte. Que no le apocan el escaso mérito de su trasiego ni su brevedad, contenedora sin embargo de luengos escarmientos que a la consunción le llevan. Ámese ante el espejo, deséese lo mejor, métase adentro para que lo admire un siniestro adulador.

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