Al parecer, ayer murió el poeta Nicanor Parra. El hecho es notoriamente irrelevante para casi todo el mundo, especialmente para el suyo, pues ha fallecido tan anciano que nadie lo habitaba ya. ¿Quién echará de menos a Nicanor, entonces? ¿Quién al poeta? ¿Quién a ambos? Acabo de abrir un libro y resulta que me lo he encontrado escribiendo un poema (lo de antipoema se lo dejo a los expertos en paradojas con solución interesada). La mano se movía febrilmente sobre los testículos en cuyo escroto se iba formando una costra oscura como el chile. Sacudo la hoja para saber si el denuedo dará en un mar de poesía. Por fin, leo:
"Los profesores nos volvieron locos/ a preguntas que no venían al caso/ cómo se suman números complejos/ hay o no hay arañas en la luna/ cómo murió la familia del zar/ ¿es posible cantar con la boca cerrada?/ quién pintó bigotes a la Gioconda/ cómo se llaman los habitantes de Jerusalén/ hay o no hay oxígeno en el aire/ cuántos son los apóstoles de Cristo/ cuál es el significado de la palabra consueta/ cuáles fueron las palabras que dijo Cristo en la cruz/ quién es el autor de Madame Bovary/ dónde escribió Cervantes el Quijote/ cómo mató David a Goliat/ etimología de la palabra filosofía/ cuál es la capital de Venezuela/ cuándo llegaron los españoles a Chile..."
(Pues no. El chile no ha exudado alburas... Pero lo dejo con el poema que empezó en 1971, antes de que un augusto ángel de la muerte pusiera en escena la tragedia que nadie quiso intuir, pero que cualquiera que hubiera lanzado al aire la pregunta, que sí venía al caso, de quién está engordando las barrigas de los militares hubiera obtenido una sencilla respuesta. La poesía no es el lujo de los desocupados ni la antirrealidad. La poesía es la misma mierda que la mejor de las cenas, el más seguro firme para transitar en vehículos pesados, el tálamo ideal para los enfrentados en busca de la lujuria, el retal último de ese percal que llamamos vida.)
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