dissabte, 19 de març del 2016
¿DÓNDE ESTÁ EL EXTRANJERO?
Ayer por la mañana, mientras contemplaba el escaparate de una librería, una mujer alta y rubia que aparentaba no más de treinta y cinco años conversaba con un niño de apenas tres o cuatro. Puesto que no sé el suficiente inglés, ignoro qué estaban diciéndose. De pronto, un anciano robusto y tocado con una boina irrumpe en mi campo visual y, con el volumen que suelen emplear los ignorantes, interpela a la criatura. "¡Tan pequeñico tú y ya sabes hablar en extranjero!", se admiró el hombre, que debía de frisar, si no superar, la ochentena. Huelga decir que el menor no hizo caso del desconocido; no así la que bien podría ser madre de la criatura, que esbozó una sonrisa a caballo entre el cumplido y el embarazo antes de refugiar la mirada en el cuerpecillo del niño a fin de no denotar incomprensión e incluso rechazo. Contumaz, el intruso insistió. "Hay que ver la manía esta de hacer que los nuevos se enreden con el extranjero. ¡Con lo chicos que son!", se exclamó, quizá ya algo enojado, antes de simular entrar en el establecimiento. El encuentro concluyó con la pronta marcha de los anglófonos, quienes no pudieron apercibirse de la última mirada del gritador, que había salido de su escondite para ver sin ser visto y cabecear repetidamente al tiempo que afectaba preocupación y una inteligencia que a todas luces no le asistía. La escena de la que fui testigo me recordó unas palabras de Albert Camus en "La caída": "¡Imagínese al hombre de Cromagnon hospedado en la torre de Babel!" Según se ve, no es necesario imaginar tanto.
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