"No te inquiete, oh Dios. Ellos dicen "mío"/ a todas las cosas que son pacientes./ Son como el viento que roza la rama/ y dice: "mi" árbol.// Ellos apenas notan/ cómo arde todo lo que ase su mano,/ de modo que tampoco en su limbo último/ podrían sostenerlo sin quemarse.// Dicen "mío" como el que al conversar/ con campesinos llama amigo al príncipe,/ si el príncipe es muy grande y está lejos.// Dicen "mío" al señor de sus extrañas/ murallas, ignorando al de su casa./ Dicen mío y llaman su posesión/ a lo que se cierra cuando se acercan,/ al modo que un insulso charlatán/ llama acaso suyo al sol, y al relámpago./ Y así dicen: mi vida, mi mujer,/ mi perro, mi hijo, y saben muy bien/ que todo: vida, mujer, perro e hijo/ son hechuras extrañas donde ciegos/ tropiezan con las manos extendidas./ Certeza no hay sino para los grandes/ que anhelan ver. Pues los otros no quieren/ oír que su pobre deambular/ no tenga relación con cosa alguna,/ ni que, rechazados por su fortuna/ y por los suyos no reconocidos,/ les "sea" la mujer como la flor,/ cuya vida es para todos extraña."
(Fragmento de "El libro de la peregrinación", perteneciente a "El libro de las horas", de Rainer Maria Rilke, traducido por Jaime Ferreiro Alemparte para la "Colección Austral", de Espasa-Calpe)
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