"Quién, si yo gritase me oiría desde los órdenes/ angélicos? Y aun suponiendo que un ángel me estrechara/ súbitamente contra su pecho: mi ser quedaría extinguido/ por su existencia más fuerte. Pues lo hermoso no es más/ que el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar,/ y lo admiramos tan sólo en la medida en que, indiferente,/ rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible.// Y así, pues, me reprimo y ahogo la llama seductora/ que brota del oscuro sollozo. Ay!, ¿a quién podremos/ recurrir? No a los ángeles, ni tampoco a los hombres. Y ya los animales con la sagacidad del instinto se percatan/ de cuán inseguros y vacilantes son nuestros pasos/ a través del mundo interpretado. Nos queda quizá/ algún árbol al pie de la ladera, al que solemos/ contemplar diariamente; nos queda el camino del ayer/ o la morosa fidelidad a una costumbre/ que nos fue grata, hizo en nosotros su morada y no nos abandonó."
(Fragmento inicial de la "Primera elegía", en "Elegías duinesas", según traducción de Jaime Ferreiro Alemparte para "Colección Austral", de Espasa-Calpe)
"Tú eres el futuro, la gran aurora/ sobre los valles de la eternidad./ Eres gallo tras la noche del tiempo,/ el rocío, los maitines, la moza,/ el forastero, la madre y la muerte.// Eres la figura en transformación,/ que solitaria emerge del destino,/ que se mantiene sin gloria ni pena,/ indescriptible cual bosque salvaje.// Eres el compendio hondo de las cosas/ que del ser calla la última palabra,/ y siempre otro a los otros se muestra:/ a la nave costa, a la costa nave."
(Fragmento de "El libro de la peregrinación", de "El libro de las horas", traducido por Jaime Ferreiro Alemparte)
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