dissabte, 13 d’agost del 2016

EL CANTAR DE LOS PESARES

Mi vecina ya no es mi vecina. Hace unos meses se fue a la India huyendo de una indeseada e inmerecida fama como doble de una reina. Su vida debía dar un vuelco -sin perjudicar su salud, por supuesto- y convertirse en otra mujer. Se iba con todo resuelto: divorciada de marido y desembarazada de obligaciones maternales. Dijo adiós un día, y al siguiente, como aquel que dice -en realidad, seis meses más tarde-, volvió embutida en blanquísimas telas y tocada con un turbante, también blanco, de lo más llamativo. La acompañaba un tipo ataviado de forma similar y que lucía una barba como las que vemos en las imágenes de indios. El hombre, que frisaba los dos metros y tenía una vocecilla impropia, manejaba un teléfono móvil con habilidad. "Te espero en su centro", le dijo, refiriéndose al cuatro por cuatro de recentísima matriculación. La frase connotaba para ellos una salacidad que al pronto se me escapó pero que no tardé en inferir. En efecto, cuando ambos se encontraron en el interior del vehículo, no lo hicieron en los asientos delanteros, como era de esperar, sino en los traseros. Adoptaron una dificilísima posición sobre los mismos y frente a frente, y ajenos a la existencia de más mundo que el suyo, iniciaron lo que semejaba un rito de tocamientos lentos y con una aparente solemnidad que reafirmaban los cánticos incomprensibles, incomprensibles para mí, que traspasaban el habitáculo. No me quedé a ver en qué paraba la calentura.
Desde que ha vuelto, mi vecina y su pareja, a quienes con lograda sorna conocemos por "los espirituales", despiertan al vecindario justo cuando se acaba de dormir después de la diaria fiesta de los hijos del del dúplex. Son tres hermanos de padre, los angelitos de la diversión, y aunque no se llevan muy bien, para la algazara siempre encuentran una justificación. Los espirituales, pues, y los hijos de sus respectivas madres amenizan las noches de la escalera, se quiera o no se quiera. Todos cantan, pero no al Sol, sino a la turbia claridad de las velas en busca de la luz interior y la paz del orbe. Los unos y los otros ya no son los que eran, sino otros. Mi vecina, mis vecinos, ya no son ellos. Y yo, ¿soy el mismo?

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