dimecres, 14 de novembre del 2018
LA PRISA DURADERA
Es imposible sustraerse a la prisa que marca nuestro quehacer diario. Hay que ir adelante aunque uno quiera retroceder o variar el rumbo de la marcha. En nuestra sociedad, los índices de lectura y publicación de títulos no sé si son inversamente proporcionales, pero sí parece comprobado que están en las antípodas el uno del otro. Es también poco menos que evidente que los escritores no tienen tiempo de leerse entre sí y que a todos les parece que la excesiva oferta editorial se debe a la incomprensible y ruinosa política de manga ancha que para con los intrusos en el oficio practican las empresas, no importa de qué tamaño sean éstas. Para reforzar la impresión de desbarajuste, la mayoría de los libros que se publican, que son clasificados como novelas, suelen tener un número de páginas a prueba de pacientes, aburridos o ineptos lectores que han de emplear un tiempo cuantioso en desplazarse a sus puestos de trabajo en los tediosos transportes públicos. Auténticos tochos, mamotretos llenos de historias fáciles, mal escritos o redactados sin salirse de la ortodoxia del bachiller actual (no el de pasados siglos), que no atina a concordar géneros ni números ni tantas otras cosas que la razón aconseja. En resumen, si no apetece leer, adquiere uno cuantos ejemplares de, pongamos, un subgénero cualquiera nos sugiera la publicidad y si el grosor de los volúmenes requiere del concurso de ambas manos para sostenerlos, mejor. Además, escritores de prestigio hay que dan fe de la superioridad de una novela "gorda" sobre esas novelitas que escriben quienes no tienen magín para más. El escritor Jorge Luis Borges, tan socorrido por propios y extraños como valedor de lo que queremos, pero también de lo que no queremos, escribió libros "delgados", y por supuesto, su narrativa no incursionó en la novela; su poesía, además, coadyuvó a completar, en el conjunto de su obra, cuanto había esbozado en su prosa. Pues bien, el señor Borges, en el prólogo de "Ficciones", dejó dicho que es un "desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario". Sin perjuicio de que haya obras de contrastada valía y enjundia literaria, si sopesamos en la balanza del tiempo disponible lo que supone enfrentarse a una obra voluminosa, hemos de convenir en que la prisa duradera debe de alargar el tiempo inexistente de la elucidación de la felicidad. Quizá el menos sea más y el más, menos, en esta sociedad de "sinoes noesificados" blanco sobre negro y cabe el inutilizado espacio destinado al columbario de las pequeñas muertes.
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