divendres, 23 de novembre del 2018
SEPARADOS PARA SIEMPRE
El tiempo nos ayuda a dejarnos los unos a los otros, a no sentir el abandono como una traición. Ni siquiera hemos de decirnos adiós, la despedida no existe. Hoy nos cuesta menos que ayer no saber del otro. Incluso creemos (queremos creer) que es un acto de generosidad el de la dejación. A continuación, el orden de prelación, el ajuste de las jerarquías, viene a socorrernos si nos asalta la duda acerca de la eticidad subyacente. Y el lenguaje, claro: es la vida, son los mundos, la ponderación es inconveniente... No somos animales de costumbres, según aconseja afirmar la atracción del desarraigo; lo que somos es una miríada de fragmentos refractarios a la ayuda mutua, a la cooperación, al acompañamiento, a la simpatía. Somos fugitivos antes de la fuga, amadores de la indiferencia, sepultureros apostados al otro lado del útero cuyo confín no nos atrevemos a alcanzar. Somos exactamente lo que no queríamos ser, lo que explica que no seamos quienes actuamos con tal desapego. Separados para siempre avanzamos solos, asolados, a punto de nombrar lo innombrable, pero sin conseguirlo. Separados para siempre de nosotros mismos, huérfanos de identidad, desollando el silencio uterino, dando curso a la sangre en que se fraguó la vida.
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