Patricia Highsmith parece jugar con el lector en el cuento "La coartada perfecta". Lo hace, además, llevándolo a los extremos de la verosimilitud. Lo que ella califica de curiosidad, hoy nadie se atrevería a no llamarlo terror. La multitud que no huye despavorida ante lo sucedido, sino que fisgonea, es de otro mundo, de otra circunstancia. Pero a pesar de la casi yuxtaposición de lo creíble y lo increíble, o precisamente por ello, el relato nos deja una indudable sensación de solidez, pues describe magistralmente cómo se rinde el albedrío, algo de ayer, de hoy y de mañana. En la primera página, a pocas líneas de distancia, lo uno y lo contrario resuelven su dicotomía con naturalidad ejemplar:
"La multitud se arrastraba como un monstruo ciego y sin mente hacia la entrada del metro. Los pies se deslizaban hacia adelante unos pocos centímetros, se paraban, volvían a deslizarse. Howard odiaba las multitudes. Le hacían sentir pánico. Su dedo estaba en el gatillo, y durante unos segundos se concentró en no permitir que lo apretara, pese a que se había convertido en un impulso casi incontrolable."
[...] "La entrada del metro estaba a tan sólo un par de metros. Dentro de los próximos cinco segundos, se dijo Howard, y al mismo tiempo su mano izquierda se movió para echar hacia atrás el lado derecho de su sobretodo, hizo un movimiento incompleto, y una décima de segundo más tarde la pistola disparó.
Una mujer chilló.
Howard dejó caer la pistola a través del abierto bolsillo.
La multitud había retrocedido ante la explosión del arma, arrastrando a Howard consigo. Unas cuantas personas se agitaron ante él, pero por un instante vio a George en un pequeño espacio vacío en la acera, tendido de lado, con el delgado cigarro a medio fumar aún sujeto entre sus dientes, que Howard vio desnudos por un instante, luego cubiertos por el relajarse de su boca.
-¡Le han disparado! -gritó alguien.
-¿Quién?
-¿Dónde?
La multitud inició un movimiento hacia adelante con un rugir de curiosidad, y Howard fue arrastrado hasta casi donde estaba tendido George.
-¡Échense atrás! ¡Van a pisotearlo! -gritó una voz masculina.
Howard fue hacia un lado para librarse de la multitud y bajó las escaleras del metro. El rugir de voces en la acera fue reemplazado de pronto por el zumbido de la llegada de un tren. Howard rebuscó mecánicamente algo de cambio y sacó una moneda. Nadie a su alrededor parecía haberse dado cuenta de que había un hombre muerto tendido en la parte de arriba de las escaleras."
("La coartada perfecta", Patricia Highsmith, traducción de Domingo Santos para Ediciones Primera Plana.)
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