Nos alumbra con limones nuestra querida amiga Inmaculada Jiménez Gamero para que veamos con ojos, sin importar de quién ni cómo. De otro modo, un poeta que a ella le gusta especialmente en el juego del limón con Josefina Manresa exprimió las esencias del amor y de la vida e hizo que trocasen su sustancia los sabores que en una somera apreciación amigos no parecen. Veamos, pues quiere:
"Me tiraste un limón, y tan amargo,/ con una mano cálida y tan pura,/ que no menoscabó su arquitectura/ y probé su amargura, sin embargo.// Con el golpe amarillo, de un letargo/ pasó a una desvelada calentura/ mi sangre, que sintió la mordedura/ de una punta de seno duro y largo.// Pero al mirarte y verte la sonrisa/ que te produjo el limonado hecho,/ a mi torpe malicia tan ajena,// se me durmió la sangre en la camisa,/ y se volvió el poroso y áureo pecho/ una picuda y deslumbrante pena."
(Poema 23 de "El silbo vulnerado. 1934-1935", de Miguel Hernández, más Gilabert, como su madre, silenciada siempre, de forma incomprensible, teniendo en cuenta sobre todo que el poeta oriolano ha celebrado como pocos a la mujer.)
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