Decía Ortega y Gasset que su amistad hacia el arabista Emilio García Gómez era "oscilante: pendula entre ser fraternal y ser paternal. El cariz de paternalidad le viene de que la cronología de mi vida es mucho más larga que la exhibida por la suya, y el modo fraternal se origina en que al hablar de Fulano coincidimos. Cuando se coincide al opinar sobre Fulano, se coincide en todo lo demás. También es verdad lo inverso. La coincidencia ni implica, ni siquiera prefiere, ser identidad de juicio. No se trata de que coincidan las ideas, sino las vidas. Nadie puede tener las mismas ideas que otro, si, de verdad, tiene ideas. La idea es personalísima e intransferible. Cuando un pensamiento nos es común, corre grande riesgo de no ser una idea, sino todo lo contrario, un tópico. El 'tópico' es el 'lugar', el lugar común, el sitio en que los hombres coinciden tanto, que se identifican y se confunden, cosa que no puede acontecer sino en la medida en que los hombres se mineralizan, se deshumanizan. En su verdad, en su autenticidad, los hombres son incomunicantes. Los propios escolásticos, tan poco sensibles a estos temas, definían ya la persona por la incomunicabilidad. En su contenido, las ideas pueden discrepar sobremanera y, sin embargo, coincidir en lo único que importa: en haber sido pensadas desde el mismo nivel. En última instancia, nuestros sufrimientos, al tratar con los prójimos, suelen proceder de que pensamos, sentimos y somos sobre niveles diferentes".
(Fragmento del prólogo que José Ortega y Gasset escribió para la edición de "El collar de la paloma", de Ibn Hazm de Córdoba, obra cumbre de la literatura arabigoandaluza.)
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