dilluns, 17 de juliol del 2017

CARTA ANTIGUA, DESEO VERDE COMO EL ROMERO

El analfabetismo de la mayoría de mis vecinos me convirtió en la infancia en un amanuense activo. El niño poco-niño que era, el niño prudente, maduro a destiempo, desencantado precoz; el niño desjugado cuya inocencia vestía galas de adulto perdedor, como venido de la derrota de una guerra que ensartó a su padre del mismo modo que el esperma de éste lo hizo con el óvulo atemorizado de su madre para que el uno y la otra padre y madre suyos fueran; el niño con letras invisibles en la mano era requerido por caras duras, cetrinas, brunas, tostadas caras suplicantes que se reblandecían o crispaban según revelaban sentimientos inconfesables. El niño-puente escribía cartas de aquí para allá, leía cartas de allí para los de acá; veía llorar, el niño, oía sufrir, y a veces maldecir; el niño no entendía, con todas sus luces, qué cosa querían decir las palabras en clave que la vida miserable ponía en las bocas de sus vecinos menesterosos, o, para ser preciso, de sus vecinas, pues los hombres vivían en el cercano extranjero de las fábricas, los bares, los miedos de las calles sin luces. Escribía el niño según las viejas fórmulas de salutación y despedida que la oralidad transmitía con frustración escribana. Escribía el escribiente ("así, como te lo digo, niño, no t'apartes de mí") mientras lloraba a su vera una mujer desgreñada y olorosa de aceite. "Queridos tal: espero que a la llegada de esta a vuestro poder os encontréis bien de salud, nosotros bien, gracias a Dios. Fulanitos, estas cuatro letras son para deciros que... Y sin más que deciros, se despide de vosotros esta que os quiere y que os tiene en el pensamiento..." Un pañuelo en la nariz tormentosa. Alivio de escribiente y confesante. "Toma, niño, pon ahí las señas, no te dejes ni una letra, que si no, no llega a su sitio. Ea, que Dios te lo pague. Coooonchaaa, ¡vaya niño tienes!"

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