dijous, 7 de setembre del 2017

APRENDER (III: SABER APRENDER)

La obra de Thoreau destila conocimiento de forma inagotable; es un manantial al que bocas de toda sed pueden acercarse a fin de saciar su ansia. Tan grande es el caudal, tan profundo el lecho por donde discurre, que cada vez que de sus aguas bebamos, en él nos zambullamos o el anzuelo al extremo de nuestro sedal a él tiremos habremos obtenido algo nuevo. Pero no, no es el hallazgo según el heraclitiano modo de ser otro el que creíamos mismo, sino otro en verdad, uno más. En una carta remitida a su amigo y admirador Harrison G. O. Blake, el pensador de Concord le dice, entre otras cosas, lo que sigue: "Me habla de pobreza y dependencia. ¿Quiénes son pobres y dependientes? ¿Quiénes son ricos e independientes? ¿Cuándo comenzaron los hombres a respetar las apariencias y no la realidad? ¿Por qué deberían 'aparecer' las apariencias? ¿Sabemos bien, entonces, qué es la realidad? No hay nadie que no se engañe cada hora en el respeto que concede a las falsas apariencias. Qué maravilloso sería tratar a las personas y las cosas según lo que son en realidad, ¡aunque sólo fuera durante una hora! Nos asombramos de que el pecador no confiese sus pecados. Cuando nos sentimos fatigados en un viaje, soltamos nuestra carga y descansamos junto al camino. De la misma forma, cuando nos cansa el fardo de la vida, ¿por qué no abandonamos esta carga de falsedades que hemos aceptado portar voluntariamente y nos reponemos, como nunca hizo mortal alguno?"

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