divendres, 29 de setembre del 2017
LA INCOMODIDAD
He sido incómodo toda mi vida: en el colegio, en el instituto, en la universidad, en el ejército -durante la leva obligatoria-, en el mundo laboral -bien de obrero sin cualificar, bien de especialista en naderías. Siempre he sido incómodo. Nada tenía, nada tengo, nada tendré, salvo a mí mismo, mi integridad, y, por supuesto, el amor de unos pocos familiares y amigos. Hasta el prójimo me es ajeno si la libertad no preside nuestro encuentro, aunque lo caracterice el disenso. La incomodidad que produzco radica en esto, justamente: no hay tanta gente dispuesta a aguantar la opinión discrepante. Tuve amigos en la adolescencia afiliados a partidos de ideologías de lo más extremas, pero nunca fue óbice para nuestra amistad. Hoy, este hedonismo infantil o propio de escorchadores que domina la vida colectiva lleva el marchamo del bulto listo para llenar las sentinas de los barcos en cuyas cubiertas toman el sol nuestros apresadores. Veo a mi alrededor gente dispuesta a nadar y guardar la ropa como prueba de inteligencia, dicen, y de mensura. En más de un caso, digo, no es otra cosa que hipocresía y oportunidad, facilismo, en cualquier caso. ¡Cuán incómoda, la incomodidad!
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