La cumbre menos borrascosa pero también más desconocida de Emily Brontë es la que alcanzó con su poesía. Admiradora de Wordsworth, Keats, Byron y Shelley, apenas tuvo tiempo en sus treinta años de vida de escribir, amén de la celebérrima novela, un centenar y medio de poemas de una calidad similar a la del texto que a continuación transcribiré:
"¡Ya basta de pensamientos, filósofo!/ ¡Demasiado has estado soñando/ a oscuras en este triste aposento/ mientras brilla el sol del verano!/ Alma que barre el espacio, ¿con qué triste estribillo/ culmina una vez más tu cavilar?// 'Oh, cuándo llegará el tiempo en que dormiré/ sin identidad,/ y ya no me preocupará cómo moja la lluvia/ o cómo la nieve me cubre!/ ¡Ningún paraíso prometido estos deseos salvajes/ satisfará por completo, o a medias tan siquiera;/ ningún infierno aborrecido con sus fuegos incesantes/ doblegará esta incesante voluntad!'// Así dije, y aún digo lo mismo;/ y aún, hasta mi muerte, lo diré:/ tres dioses, dentro de este pequeño envoltorio,/ guerrean noche y día;/ el cielo no podría contenerlos a todos, y sin embargo/ están todos contenidos en mí;/ y míos han de ser hasta que me olvide/ de mi entidad actual./ ¡Oh, cuándo llegará el tiempo en que en mi pecho/ sus luchas cesarán!/ ¡Oh, cuándo llegará el día en que descanse/ y ya no sufra más!// Vi a un espíritu, hombre, de pie/ donde estabas tú hace una hora/ y alrededor de sus pies tres ríos corrían/ de igual profundidad e igual caudal:/ una corriente de oro, y una como de sangre/ y una que parecía ser de zafiro;/ pero, donde sus triples aguas se juntaban,/ sobre un mar de tinta se precipitaban./ El espíritu lanzó una cegadora mirada/ sobre la sombría noche de ese océano/ y después, prendiendo todo con súbito resplandor,/ la alegre profundidad centelleó amplia y brillante:/ blanca como el sol, mucho, mucho más clara/ de lo que eran sus fuentes divididas.// En busca de ese espíritu, adivino,/ me he pasado la vida observando y acechando;/ le busqué en el cielo, en el infierno, en la tierra y en el aire:/ una búsqueda sin fin y que siempre se frustraba./ Pero si hubiese visto su mirada resplandeciente/ iluminar 'por una vez' las nubes que me extravían,/ nunca habría gritado ese anhelo cobarde/ por dejar de pensar y dejar de existir;/ nunca habría llamado bendición al olvido/ ni, estirando las manos ansiosas hacia la muerte,/ imploraría cambiar por descanso insensible/ esta alma sintiente, este aliento viviente./ Oh, déjame morir: este poder y voluntad/ podrán acabar su cruel conflicto/ y el bien vencido y el daño vencedor/ reposar confundidos en uno solo."
(El poema "El filósofo" figura ordenado como el nº III en la "Poesía completa" de Emily Brontë, de acuerdo con la traducción que Xandru Fernández acaba de realizar para la editorial Alba.)