dimarts, 29 de maig del 2018
EL RAYO DE COLLIURE Y EL ÉXODO
Vigía en falso el edificio. Ni hay delfín dentro ni el enemigo viene del mar. Tropas hay labrando el suelo de las calles, y hasta algún avión militar rayando el cielo y la memoria de la paz en quienes, incautos, han venido a ver al rey de otras cosas. El soberano está en el túmulo que se levanta del suelo con los ojos de los amadores, entre el perfume de las rosas, "entricolorado" para los restos. Siguen llegando a pie, casi acabados, los perseguidos por los metálicos pájaros, cuyos descendientes sobrevuelan ahora con libérrima demostración de cómo llega la muerte de veras si se quiere. Los muertos sin muerte caminan y comen y ríen y compran y toman el sol y las de Villadiego desde los ojos y las mentes vacías. Nada pasa entre las nubes que impiden que haya cielo, ni azul ni negro ni verde ni blanco ni piadoso ni terrible. Pasa en el infierno de la calle, en el limbo de los despiertos para nada, para nadie. El rayo aquí sí cesa, pero para volver a lanzarse a tumba abierta sobre el aire de los que ven la transparencia vestida de tules y encajes y confunden y difunden lo confundido no se sabe si con el pañuelo en las manos o el velo en los ojos. El rayo cruza antes que el sonido: el adiós antes que el adiós. No hay tautología que la unicidad represente.
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