dissabte, 5 de maig del 2018
LOS HÁBITOS DE LAS MANADAS
No son las togas con que se revisten los miembros de la judicatura; no son los trajes de faena en que se embuten los obreros a unas cadenas ligados; no son los vestidos impuestos por las modas con que acudimos al trabajo, a las oficinas de empleo, a las fiestas, al bar de la esquina... Son los efectos narcotizadores de una costumbre impuesta por quienes forman a los primeros, alienan a los segundos e idiotizan a los últimos. ¿Y quiénes son los responsables? Los depredadores que viven sin miedo porque se saben intocables en la cadena trófica. Un miedo que extienden y que, paradójicamente, les reporta una legión de divulgadores, bastión defensivo incontestable para cuantos deploran las imposiciones de cualquier orden, el abuso, la miseria de la ignorancia y la consiguiente resignación. Los hábitos de las manadas se mueven en nuestros domicilios, salen a la calle, se relacionan, se reproducen. Los hábitos de las manadas llevan nuestros apellidos, se ríen con nosotros y de nosotros -según les plazca o convenga-, pueden ser abuelos, padres, hijos, hermanos, tíos, primos, amigos, vecinos o hijos predilectos de la ciudad. Los hábitos de las manadas no necesitan ser talares ni exhibirse en todo momento. Guadianas son, o trampantojos, si de taima están dotados. Los hábitos exteriores e interiores de las manadas casi siempre son vistos con la misma naturalidad con que se piensa el paso de los días, de la vida. No es difícil comprobar cuán bien recibidas son las llamadas bromas sexistas, homófobas, xenófobas y racistas de algún famoso futbolista de escasa cultura. Sus exhibiciones a través de los medios audiovisuales no hacen sino persuadir a la comunidad de su benignidad y razonable presencia y razón de ser. Y así, cuanto más te quiero más te... Las manadas son transversales, socialmente hablando, pero también culturalmente, porque cada uno de sus integrantes siente la pujanza de sus acciones como una especie de defensa preventiva, que no es otra cosa que un ocultamiento de sus carencias y depravaciones, algo que se enseña a camuflar desde la proximidad de los fogones domésticos, cabe las mesitas de noche donde se esconden las revistas pornográficas o con las primeras lecciones del catecismo cristiano. Los hábitos de las manadas no difieren de los de los penitentes, de los de los miembros de las congregaciones religiosas, de las vestiduras aherrojantes de las musulmanas... Los hábitos de las manadas nos muestran, con más asiduidad de la que somos capaces de reconocer, la amable solicitud del abogado, del médico o del tendero, y hasta del poeta lisonjero en quienes confiamos y a veces incluso queremos.
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