dimarts, 8 de maig del 2018
LA POESÍA Y VENEZUELA
Llegué a la poesía venezolana de forma tardía -como a casi todo en mi vida, por otra parte. No me importa, sin embargo, pues el placer que experimento cuando leo a Ramos Sucre, a Gerbasi, a Sánchez Peláez o a Montejo o Cadenas es consolador por más de mis muchas carencias. Hay poetas incluso que, como Guillermo Sucre, nos abren de par en par las puertas de la poesía para que no nos perdamos o rehusemos entrar en el último suspiro o verso del que venimos: "No hay dos lenguajes: la misma palabra que habla/ es la que calla/ pero hay dos silencios: la misma palabra que calla/ no es la que habla". Tome cada cual el rábano por donde quiera, pero tómelo. Hace unos días, mi amigo Jordi desveló su amistad con el poeta de Maracaibo Víctor Fuenmayor. No sólo no lo había leído, sino que desconocía su existencia. Tras leer algún poema a través de internet, me hice con su poesía reunida "Beber de la sombra". Ya la compañía de Octavio Paz me ponía en sobreaviso de la solidez de Fuenmayor. Leo en el poema "La ve danzando": "Invoco mi cuerpo de muerto despertando, asfixiándome sin morir, que me levanta de la cama, y celebro la salvación de no morir sin despedida y sin ni siquiera rechistar. Con un solo salto vuelo desde mi sueño a la puerta de la muerte para salir allí donde encuentre la única salida del dolor que me devuelve la vida." Territorio inexplorado, Fuenmayor; ya imán ineludible para mi curiosidad. De Venezuela, como de La Habana un día, viene este barco cargado de poesía, en cuya ciudadela se cultiva la vida con el cuidado que sólo la vida determina.
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