divendres, 21 de setembre del 2018
EL OÍDO Y EL ESPACIO
Tengo el oído acostumbrado a las mieles de las voces canoras tanto como a los estrépitos de los derrumbamientos. Con los años, disfruto más de las primeras y soporto con probado temple los segundos. Ayer, mientras cubría en el autobús de línea la corta distancia entre mi lugar de residencia y el pueblo costero límitrofe, un conciudadano muy hablador fue amenizando el trayecto con sus lecciones de historia y sus demostraciones de bonhomía, que en verdad eran más bien de misantropía a medias. Septuagenario de apariencia saludable, el hombre enteraba a la persona que se sentaba a su lado de las nefandas personalidades políticas "que nos están llevando a la ruina", tanto en Cataluña como en España. Como el chorro de voz era tan fuerte como firme su determinación de que no hubiera otros sonidos en el vehículo que el del motor y el de su perorar, los pasajeros hubimos de prestar atención a cuantas sandeces, imprecisiones y criminales imputaciones realizaba el desinformado individuo. Que si Franco fue un salvador; que ahora "estos" quieren contar la historia al revés; que la solución a los problemas "yo la tengo rápida: envío a los que hay que enviar y se lía, como en el 36"; que él conocía "personalmente" a la ministra tal y al político cual -¡qué coincidencia, todos eran del pensamiento político opuesto y todos eran dignos de fusilamiento!-; que... Cuando se encasquillaba, volvía a repetir lo dicho, pero tendiendo al grito. Se trataba de un hombre tranquilamente desesperado: era capaz de anunciar la inminencia del derribo de las puertas de Jericó con una aparente indiferencia que nos desconcertaba a todos. Por un momento pensé en las sentencias de muerte que firmaba en la soledad de su despacho el dictador Franco, cuya hermana Pilar -"la roja", ja, ja, ja- aseguraba que le costaba dos semanas de cama -tales eran su pesar y humanidad. Por fin, llegamos al final del trayecto. Creo poder afirmar que abandonamos el autobús aliviados cuantos no pudimos evitar que este quídam se apoderase de la atmósfera del medio de transporte. Por supuesto, está en su derecho a quedar en ridículo cuando él quiera, y yo estoy dispuesto a que diga cuanto le venga en gana. Hay diferencias entre las gentes, aunque algunas no se aperciban de ello. Tan sólo romperé una lanza por un político que no es santo de mi devoción, pero de quien aseguraba el tipo algunas falsedades. En efecto, a Pablo Iglesias -"al padre lo conocí yo"- lo hacía descender del fundador del PSOE y de la UGT -"éste, con tanta Venezuela p'arriba y p'abajo, es más peligroso que los otros". El nivel del garrulo quedó manifiesto con su ídem de idioteces. Llegamos aliviados, repito. Nada más salir del habitáculo envié un mensaje a mi otorrino para pedirle que me neutralizara la audición de un oído y ajustara lo más posible la del otro, porque el corazón lo tenía "partío".
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