divendres, 14 de setembre del 2018
LA ACERA DE ENFRENTE
Los que vivimos a este lado de la calle estamos persuadidos de que el malestar que sufrimos se origina en la acera de enfrente. Sin embargo, no todos opinamos que la causa o causas de la desazón que desde allí viene a detonar en nosotros debamos atribuírsela a los vecinos, a pesar de las acusadoras evidencias. El mal se concentra en dos edificios que nunca han tenido la suerte de contar con inquilinos tranquilos, sino por el contrario han sido escenario de dramáticas escenas de enfrentamientos entre hombres, entre animales y hombres, entre animales con hombres apostadores, entre animales con hombres sicalípticos, beodos, derrotados. Si hay un mal que desde la acera de enfrente constituye la causa de nuestra alarma, convencido estoy de que ha de buscarse en otro sitio, y que a ese lugar habríamos de allegarnos en comandita los unos y los otros. Si Indalecio María atruena y aturde con sus ladridos destemplados e injertado falsete, por más que a sensatez mueva su denuncia del encierro en que vive; si los chicos del rap nos meten las letras de sus autores preferidos hasta en los martillos de sendos oídos mientras lanzan a la calle cuantas cáscaras salen de sus bocas comedoras de pipas, y piedras a modo de proyectiles de sus pistolas de juguete; si los ya barbados jóvenes, que exhiben paquete en tesión y escenifican la distensión -clímax y anticlímax- con pormenores de película de sabor venéreo, se dedican a aleccionarnos en las artes de la algazara y el alto alfabeto de la algarabía; si los ayes de placer del onanista urbanoanacoreta -ay, qué veneno de oxímoron- se confunden con los del dolor de los niños que, reticentes, lloran a la puerta de la academia nada platónica del "inglés para niños desde cero años"; si, como cohetería acústica, los cláxones del millón de coches de clientes de las tres grandes superficies que copan las fachadas de la calle enmarcan el desacordado guirigay, lo enfatizan, y ningún curador de lo público comparece a fin de baremar el sinsentido; si los padres de criaturas en permanente berrea tampoco están donde se les requiere o desea, ¿qué hemos de cargar el peso de la responsabilidad, la culpa cristiana o de la moral estrecha de donde se prefiera, sobre las espaldas de unos desarbolados retoños o vástagos en las vías muertas de un regeneracionismo no acordado ni ayudado con vitamínicos fundamentos? ¿Por qué darse a la opinión laxa y echarse en brazos de las difamaciones, las injurias, y las calumnias a la espera de que la cataplasma del tiempo haga su trabajo consolidador y demos, por fin, por bueno lo que ni por mientes quisiéramos insidia de pesadilla en el prójimo embustero? En la acera de enfrente no están las respuestas, sino más preguntas, más sarpullidos derivados de enfermedades o pulgas ignoradas pero reales, soberanamente reales. ¡A investigar tocan!
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