dilluns, 10 de setembre del 2018

MILANA

Recibimos ayer en casa a Milana, amiga de nuestra querida Arantza y de nuestro hijo Andreu. Milana, alta y morena, es una joven veinteañera de ojos grandes, mirada limpia y sonrisa franca. Milana no es catalana, viene de otro sitio; Milana no es española, viene de otro sitio; Milana no es de la Europa rica, viene de otro sitio. Milana es una inteligente, moderna y dulce mujer serbia, la historia reciente de cuya familia, su historia comprensible, comienza justo antes de su nacimiento, cuando sus padres ya habían sufrido el azote de la guerra en los Balcanes. ¿Milana es extranjera? No. Milana es de ningún sitio porque es de donde ella quiera; Milana es de todas partes; MIlana es suya; Milana es nuestra; Milana es del lugar donde el amor al prójimo no conoce referencias. Cada vez que conozco a una persona me intereso por su procedencia, por su extracción social, por su historia. Pero no lo hago por malsana curiosidad o pecar de indiscreto, sino por auténtico interés por lo desconocido, así como para comprobar que los hombres somos iguales vengamos de donde vengamos. ¿Qué es, entonces, lo que nos separa tantas veces a los unos de los otros? Sin duda, la falta de amor, la insuficiencia de los oídos y del resto de los sentidos para aprehender la vida. Cuando tengo ante mí a alguien que representa por sí mismo las vidas de sus ascendientes, el vestigio de lo que fue y es su nación, su continente, la existencia sustantiva; cuando constato que el accidente no puede ser categoría de nada; cuando me veo en los que me ven, después de quedar fascinado como quien enciende un potente foco en la más insondable de las oscuridades, pienso en que la diversidad tiene todos los matices de la unidad que no sabemos ver en su riqueza, sino en su excluyente soberbia. Solo hay que querer ver, disfrutar, compartir, aceptar en el beneficio lo que el Otro tiene de sí y de nosotros, y viceversa. Celebro, pues, la visita de Milana, haberla conocido, y el pellizco de nostalgia que ya me ha dejado para siempre. Milana es, otra vez, el símbolo de lo que qjuiero para los míos, o sea, para todos, pues lo que soy, lo que somos, no es otra cosa que lo que en comunidad vivimos, padecemos, sentimos. Milana se va a Serbia, pero ni ella podrá decir ya que no es de aquí, ni nosotros podremos afirmar que no somos de allí. Con MIlana se va nuestro corazón a nuesta casa, que es la suya, mientras le reservamos un espacio al suyo en la nuestra, que es la suya. Adiós, Milana, bienvenida para siempre.

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