"Yo soy aquel que clama y mi voz es desierta./ Aquí expongo mis manos para que las cortéis./ Arrancadme la lengua./ Ardedme en sal./ Convertidme en ceniza./ El grito es siempre grito mientras el cielo escuche.// Ahora, abrid el pecho./ Los poderes son altos y la carne no aguanta./ Abrid el pecho, muertos./ Es a vosotros a quienes conjuro.// Pues la vida es hermosa, según dogma,/ pero es dura y atroz y hasta repugna./ Lo digo yo y me basta./ Mi palabra me guía.// La vida era un desierto/ y tu flor sucumbió sin más remedio./ La sequía... -¿Qué importa qué?-/ O la gran esperanza de una vida suprema./ Te fuiste dulcemente,/ mansamente tu sangre como arroyo en silencio./ Y lo supieron luego,/ cuando vieron la luz perdida de tus ojos,/ y el movimiento nulo de tus manos,/ y tu sonrisa gacha,/ y tu vientre vacío como un saco de siembra./ ¡Qué soledad la tuya con tu muerte!// Nadie inventar pudiera,/ amiga muerta, igual desolación/ que tu escaparte hacia confusa orilla,/ ¡oh pájaro fatal, a la deriva!/ Nadie decir palabra/ que supliera el silencio de tu boca./ (El silencio que se alza, se levanta/ como un gigante vivo/ mudo de asombro ya y sin movimiento.)// Yo soy aquel que clama/ por tu muerte inviolable./ Yo soy quien quiere que la piedra escuche/ mi mandato de acero/ y en espada se torne y en cuchillo,/ y desgaje las venas del mundo que te ha muerto./ Estoy lleno de odio/ y quisiera saciarme con sangre de cordero./ (Que tú víctima fuiste/ en el atroz altar de lo infalible/ y ahora se te consagra a la experiencia/ para que el mundo aprenda que la vida es efímera/ como la vida misma.)// ¿Dónde ya la justicia,/ aquello que nos hace no ser piedra y ser vuelo?/ ¿Dónde, dime, la gloria/ de la carne sencilla, vegetal de la vida?// Oh muerte, muerte, muerte,/ diamante inacabable, luciérnaga preciosa,/ oh muerte destructora,/ oh destructora vida.// Cada noche presiento,/ amiga muerta, que vendrás a mí/ y unirás tu sonrisa con mi sueño./ Pero el alba revienta con su luz esparcida/ y me encuentro tan solo que ni yo mismo soy/ porque hasta mi presencia se alejó tristemente./ Tu muerte persevera./ Más ufana que un rígido, cruel, veloz cuchillo/ se me echa encima cuando el alba asoma/ y me ahoga la risa,/ y me ahuyenta la cálida comprensión de la carne./ Mi cuerpo ya no es íntimo/ si tu muerte lo aborda./ Y los hombres que pasan son pedazos de muerte./ Y el agua es muerte líquida./ Y el aire es muerte.// Y arderán con el tiempo los perfiles del beso/ que tú ya no conoces./ Y tomarán cenizas,/ remolinos tremendos de tremendas cenizas,/ a amasarse en la carne/ de nuestros labios.../ y todo ya será resurrección./ Pero maldita siempre/ porque tú estabas muerta cuando el milagro vino.// Oh mujer ancianísima, muerta en 40 años./ ¡Los ángeles no bastan para hacer semejanzas!"
(El poema "Elegía a la muerte de Celia Viñas", de Agustín Gómez Arcos, fue publicado en julio de 1954, en el nº 31 de la revista 'Poesía española'.)
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