dissabte, 10 de febrer del 2018
CARNAVAL
Su Majestad acaba de pasar como un rayo seguido de un cortejo de beodos. Es la claque etílica que se encarga de las prosaicas funciones de desgobierno en fechas de tanta disipación. Cuernos y rabos rivalizan en dureza y arietan sin desmayo a diestra y siniestra, si bien apenas encuentran oposición en la calle, donde sus embestidas son, no sólo bien recibidas, sino exigidas con delirantes aspavientos. En su sazón está la fiesta; en el túmulo, la razón y el buen gusto debidos a la hipocresía de la corrección. Carnaval, carnaval... Las miradas, desencriptadas, ¡por fin!, de su mistérico antidisfraz de apatía con que la cotidianidad las encuentra, se abren a un mar de procelosas aguas en cuyas profundidades faunas y floras exuberantes aguardan su rescatadora y piadosa atención. Por ser más cabrón que Su Majestad, decido sumarme a la diversión del carnestolendas y, simulando una torpe invidencia, ejercer de ciego, sin más artificio que las ganas de impostura y la muy probable inadvertencia del séquito. "¿Cómo ser ciego sin serlo o parecerlo sin saber?", me pregunto ya en el embeleso prometedor de deliquios venéreos. "¿Cómo no ver viendo; cómo saber sin saber pese a no saber sabiendo?" Carnaval, carnaval... La majada toma forma y se levanta del suelo. Carnaval, carnaval... Al sacrificio vamos derechos con la contrición muy debajo del careto y levantando fuegos fatuos que pronto mostrarán, con su poder combustible, el verdadero rostro del incendio que ahora sólo luz parece mientras perece el tedio.
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