divendres, 9 de febrer del 2018
LOS AMIGOS, LAS PARTÍAS "PATRIAS" Y LAS DE CARTAS
La amistad entre los amigos es invencible, o al menos así siento yo la mía por los míos, dicho sea de la manera más posesiva posible: la mía y los míos. Convencido estoy además de que el vínculo que une a quienes de motu proprio se eligen como compañeros de confidencias, dolencias, insensateces y pendencias, pero sobre todo querencias, es más noble que cualesquiera otros que puedan darse entre seres vivos (los animales y las plantas quedan aquí aludidos por la fuerza de las evidencias de que a diario tenemos noticias). Nada me produce mayor satisfacción que elegir, cual en una ruleta rusa, hoy a este, mañana a aquel compañeros de tropelías para fantasear acerca de quién sabe qué ideas y disponernos a lamentarnos de su imposible aplicación antes incluso de acometer su levantamiento. Ni que decir tiene que el gusto de ser escogido es aún mayor y hasta tiene un punto de erótica sensación que en absoluto trasciende al plano de la carne ni pone en cuestión mis convicciones heterosexuales. Debe de ser entonces la soberbia, el amor propio hiperbolizado que todo lo confunde o empapa de licores adictivos y que nos lleva inexorablemente cada mañana, y en muchos momentos del día con indisimulada complacencia, a mirarnos en cuantos espejos y pantallas reflectoras buscamos con ahínco no declarado, a pesar de todo, la que tire de nosotros hacia un afuera que es en verdad un adentro. De modo que lo dicho hasta ahora debe entenderse al revés; esto es, el invencible amor es el que a uno mismo se tiene por objeto y sólo se deja acompañar o cortejar por el que los demás le profesan, haya o no haya merecimiento en ello. Y llegados a este lamentable corolario, paro mientes en los escenarios de tales interpretaciones, que no son otros que las patrias (las "patrías" que los franceses bosquejan en su inoportuno pero fácil imaginario) que ni por mientes oyen nuestra aflicción, ni las suyas escuchamos en recíproca y justa correspondencia. En la calle, mis amigos y yo nos encontramos muchas veces mientras la medimos de lado a lado. Tales son los golpes a veces que decidimos en buena lid partirnos el predio donde al poco caernos como muertos, y tras descansar o dormir -vaya usted a saber el tiempo-, despertar al vivir -que más parece un nuevo morir- y decidir repartirnos la "partía" patria, avivar el paso y llegarnos hasta la soñada partida de cartas que se celebra donde ellos y yo sabemos, es todo uno. Porque mis queridos amigos y yo estamos persuadidos de que el acto de partir une a los enfrentados, a los rivales, a los enemigos. Y todos queremos, claro, repartir, porque el que parte, reparte, y, por supuesto, se lleva la mejor parte.
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