dissabte, 10 de març del 2018

EL PREJUICIO ES EL PADRE DEL ERROR

Con demasiada frecuencia rehusamos leer un libro de un escritor cuya obra desconocemos. Guiados por un prejuicio, el absurdo que ello supone significa que nuestra fiabilidad es nula. Lo mismo sucede con los alimentos, los países, los idiomas, las culturas... Viajamos en el interior de un enorme prejuicio, cuya vaina tuneamos cual turismo, porque, como éste, es la representación de nuestros intereses venales. No me duelen prendas, si bien me avergüenza, confesar que soy uno de esos que se niega a comprobar por sí mismo de qué materia está hecha la vida diaria, que es tanto como decir que soy alguien que vive solamente en calidad de sombra.
Comoquiera que sea, a mis más de cincuenta años he empezado a dejarme llevar por las inspiraciones, que es tanto como decir que por fin soy capaz de entender la libertad que otorga el conocimiento debido al rigor, a la educación de la curiosidad. Sí, pues también ésta se ha de formar y acostumbrar a lo incierto de las experiencias, sin que su defraudación ocasional suponga la pérdida de fe en los beneficios del vivir a pecho descubierto.
Por poner nombres al cuento que cuento, hablaré de dos autores actuales que nunca han sido santos de mi devoción sin que de ellos haya tenido jamás mayores noticias que las que se supone tengan los lectores de titulares de periódicos. Enrique Vila-Matas y Manuel Vilas llevan alimentando la caldera de mi mal humor y peores pensamientos unos cuantos años. En el caso del barcelonés, he leído buena parte de sus novelas y hasta artículos con tanto cálculo como íntimo reconocimeinto de su valía. En el del barbastrense, la mera publicidad que de sus trabajos hacían ciertos aprendices de mandarines de la culturilla revisteril me alejaba de sus libros como de un enemigo. Ciertamente, sus salidas de pata de banco en declaraciones, ejercicios periodísticos y otras manifestaciones públicas de sus asuntos privados, han contribuido grandemente a que pusiera tierra de por medio con lo que a su nombre sucedía. El uno y el otro, sin embargo, han demostrado sobradamente que tenían y tienen algo que decir, una voz propia, singular. Otro tanto me ha ocurrido con poetas y escritores del pasado de no importa qué países ni experiencias ni metafísicas. Cuentan todos ya con mi atención y, sobre todo, con mi segura delectación, pero no morosa, no, sino de carne de celulosa y sangres de tintas fijadoras de pensamientos-ariete que la fortaleza de mi estulticia vencerán con, incluso, mi amorosa complacencia. En este banco virtual pongo los ojos a esperar que pase el más pintado de los artistas. Mi mano, ahí va. Y mi tiempo. Lo demás, "doctores", queda en el poder de su ciencia.

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