"Se despiertan todos de su letargo./ Y ven esa magnífica antorcha de fuego/ que se eleva hasta el cielo./ ¿Dónde está Dios, que no baja a protegerlos?/ se preguntan algunos./ Pero Dios no baja./ Los tanques, los fusiles, disparan hacia/ los muros. Pero no son muros de prisión,/ hechos para que nada los abata./ Los muros son firmes,/ y el fuego, en el interior, es firme./ Los soldados acaban por tirar fusiles/ y tanques/ abandonan el brasero a su propia suerte,/ y se van a sus casas./ Acompañan a los aletargados/ que, ya despiertos,/ regresan también a sus casas./ Un pájaro insólito/ en el aire abrasado/ canta./ Una canción antigua/ olvidada/ que poco a poco todos recuerdan/ y que todos cantan./ Una sola palabra/ República/ para despertar en todas las bocas y/ en todos los recuerdos./ Qué alegría,/ piensan ellos,/ saber finalmente que estábamos llorando/ un cadáver que nunca existió,/ el cadáver de algo que siempre ha estado vivo./ Y a partir de ese momento comienzan todos/ aletargados y soldados,/ -hombres todos al fin despiertos-/ a hacer planes/ a pensar en mañana./ Porque esa palabra, mañana,/ estaba también viva./ Dejémosles, pues, hablar de la vida./ Es el más hermoso sujeto/ de conversación/ que pueden tener los hombres entre ellos."
(Poema de Agustín Gómez Arcos con que finaliza su novela "María República" (1975), obra que escribió en francés tras haber de exiliarse en Francia a finales de los años 60' del pasado siglo. Una mujer, cuyos padres fueron asesinados a instancias de una hermana de su madre, sufre la miseria a que la condenaron los verdugos de su familia. Su hermano fue dado a la Iglesia y ella, condenada a la prostitución, primero, y después, para expiar sus faltas, internada en un convento regentado por una ricachona que no vestía hábito alguno. Su venganza fue incendiar el convento con todas las autoridades en él concentradas el día en que ella debía ser ordenada a la fuerza).
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