La muerte del físico Stephen Hawking se ha producido después de que este valeroso hombre encarnase su teoría de la relación directa entre lo más pequeño y lo más grande. No se ha ido, con su muerte; pero sí se ha ido con la muerte a otra parte. Nosotros seguiremos ignorando sus lecciones y, sobre todo, sus advertencias del alcance autodestructivo de la actividad humana. El futuro está fuera de la Tierra, reconocía a propósito de la magnitud del daño ocasionado al planeta en que a diario plantamos nuestra soberbia para que crezca en perjuicio de la del prójimo. El futuro está en los libros de Julio Verne, quizá quería decirnos para orientarnos en el camino del pensamiento elemental, que es el único que lleva al de la complejidad. ¿De dónde venimos y adónde vamos? Tales preguntas puede que algún día tengan inequívocas respuestas. Pero una pregunta que cada vez nos formulamos menos veces es ¿quiénes somos, a la luz de lo que hacemos? ¿Qué es quién? No quién es qué, no: ¿qué es quién? A tal reducción ha llegado el homínido.
La muerte del físico Stephen Hawking se lleva también el ejemplo de un hombre aherrojado, no libre, pero buscador de libertades allende el pensamiento. Más dolorosa debió de resultarle la falta de libertad a un hombre enterizo que tuvo tiempo sobrado para comprobar cómo la desprecian sus congéneres. Pensemos en ello: siempre ha de haber tiempo para la historia; siempre, para el futuro, que es ahora, tú, ella, él, yo, yo, yo, pero ellas.
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