dimecres, 27 de juliol del 2016
EL AUTOBÚS, EL VIAJE
Cuando subimos al autobús, ningún pasajero parecía dispuesto a facilitarnos un sitio a su lado. Quien colocaba el bolso en el asiento vacío junto al pasillo; quien se situaba en el del exterior a fin de dificultar el acceso al de ventanilla. Ya se sabe que el hombre de este primer mundo no está preparado para las relaciones humanas cara a cara. Nos acomodamos como pudimos en la parte trasera del vehículo, donde unos tipos conectados a un móvil y encerrados en la oscuridad de sus gafas no dejaban de espiarnos y, es de suponer, desearnos un destino lejos de ellos. Aún no habíamos encajado el desaire que una mujer nos había hecho en la parada y ya nos encontrábamos metidos como protagonistas en otra escena de amor de especie. Al arrancar el autocar, Andreu lanzó discretamente una última mirada a la mujer de los anteojos negros que nos había negado el saludo unos minutos antes y yo le espeté con cansada sorna que el día lo podíamos dedicar al descubrimiento de seres humanos a este lado de las lentes defensivas que nos rodeaban y que conferían al reto un nigérrimo augurio.
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