divendres, 1 de juliol del 2016

EPIFANÍA CONFUSA

Ignoro si el perro de mi vecina, como el de san Roque, tiene rabo. Lo que sí muestra es una rabia más humana que canina, y, por ende, es intempestivo en sus formas y extemporáneo en sus ladridos. Apuntaba el día, que pespuntaba los ojos aún en vela, cuando irrumpe en el insólito silencio de la calle el tonante discurseo del cuadrúpedo. "¿Qué conmoverá al animal?", me sorprendo preguntando a nadie o a mí mismo. Interrogante vacío, al parecer; sin respuesta, al menos. "¿Qué quieres, carajo?", me espeta quien alienta a mi vera en la cama. "¿Puedes dejar de hablar?", termina. Callo, o mejor, sigo callando, pero en guardia quedan los sentidos. El rábano teme ser tomado por las hojas. No ladraré más, pero esperaré con interés a que el perro de mi vecina vuelva a manifestarse. Tal vez aprenda de él algo, si es que acierto a entender eso que a mí me suena a sabeliano.

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