dimecres, 28 de juny del 2017

CARTA DEL ANCIANO AÚN NO SUICIDA

Hijo mío querido: te hice caso y me aferré a la vida maravillosa de los recuerdos, al goce inefable del respirar sin otra motivación que la de persistir en nuestras cruzadas memorias. He resistido la humillación diaria de pedirlo todo por el amor de un dios inexistente en el que ni tú ni yo creemos y de verte a ti convertido en el frío verdugo a distancia de tu padre. Tanto he aguantado, que hasta me gusta que tú decidas qué he de ser yo en mi final. Ahora, lo único que deseo es poder verte alguna vez. Porque, aunque te convenga pensar que yo ya no soy yo -el tú que te engendró, preciso- y por eso no me visitas, tiene la piel memoria, y no sólo para tostarse en los ojos de los demás. Si me concedes la gracia de tu presencia, casi todo cobrará sentido. Tanto te has alejado de mí, creyéndote, y haciéndoselo creer a todo el mundo, que tu padre, el de tu interior, había muerto hace tiempo, que hoy ya ni muerte puedo ofrecer a quien, a buen seguro, no tendría noticias de ella sino hasta meses después de su suceso, que es el tiempo que tardarían las autoridades en encontrar el magnífico y ancho mundo en el que vives. Los viejos, hijo mío querido, somos el espejo que algunos no queréis mirar por temor a encontraros en él maltratados por vosotros mismos. No te digo adiós, pues tú de mí no te has ido.

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