dimecres, 14 de juny del 2017

“PERIODISMO ESPAÑOL, PERIODISMO VALIENTE...”

Si la bala que penetró la sien de Larra volviese atrás y pudiéramos traerlo hasta nuestros días, 'Fígaro' o 'Juan Pérez de Murguía' serían incapaces de seguir ocultando a don Mariano José, pues el ímpetu del hombre verdadero querría batirse en contradictorio careo y a cara descubierta con filibusteros y mendaces. En el Congreso de los Diputados, sede actual del trampantojo democrático, espacio en que la molicie entra por los teléfonos móviles y sale por bocas que desahogan exabruptos y hasta procacidades a modo de chuzos, se escenifica en estos días la farsa de la representación parlamentaria so capa de ostentar la delegación de la soberanía nacional. Políticos de medio pelo, arribistas los más; ciudadanos insolidarios, la mayoría, a un escaño pegados; burladores del sentido común y el respeto debido al prójimo y a su pensamiento; perceptores de inmerecidos sueldos y agraciados titulares de prebendas con anejas regalías dormitan cuando no berrean arrellanados en confortable sillón a quien conviene, según los intereses de la patria chica de sus bolsillos.
Cuales búhos, los otrora plumillas, periodistas, informadores, o como se quiera
referir al oficio de testimoniar o favorecer que cuanto pasa con luz y taquígrafos se transmita, asisten al espectáculo del teatrillo con las instrucciones precisas de los amos de las ramas en donde se posan y aun de sus plumas. La suerte, todas las suertes en una, está echada. El balance de cuanto acontezca escrito está de antemano. Hoy los medios escritos y audiovisuales repiten frases y consignas con ardor ciertamente guerrero, marcial y un punto epigramáticas para desautorizar al que exige la rendición de cuentas y exonerar al señalado por la crudeza de los nefandos hechos relatados. El mundo al revés. Escribía en “El duelo” Larra que “muy incrédulo sería preciso ser para negar que estamos en el siglo de las luces y de la más extremada civilización: el hombre ha dado ya con la verdad, y la razón más severa preside todas las acciones y costumbres de la generación del año 1835”. Eco de la última muestra de la irreverencia gubernamental y parlamentaria, hoy el árbol de unas cuantas palabras mal ordenadas y peor intencionadas nos impide ver el bosque de lo que se dijo, para mal, y de lo que no se dijo, para frustración general. “En este país”, titulaba el fundador de ‘El Pobrecito Hablador’, “hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y que se derraman por toda una nación, así como se propagan hasta los términos de un estanque las ondas producidas por la caída de una piedra en medio del agua.[…] Cae una palabra en los labios de un perorador en un pequeño círculo, y un gran pueblo, ansioso de palabras, la recoge, la pasa de boca en boca, y con la rapidez del golpe eléctrico un crecido número de máquinas vivientes la repite y la consagra, las más veces sin entenderla, y siempre sin calcular que una palabra sola es a veces palanca suficiente a levantar la muchedumbre, inflamar los ánimos y causar en las cosas una revolución”.
Es el periodismo español de hoy un yermo en el mejor de los casos, si no una ergástula antiquísima con sometidos de nuevo cuño o ultramodernos. En “El mundo todo es máscaras. Todo es carnaval”, Larra comenzaba con unas dudas de las que carecen nuestros reporterillos e informadores de diferentes layas. “No hace muchas noches que me hallaba encerrado”, confesaba, “en mi cuarto, y entregado a profundas meditaciones filosóficas, nacidas de la dificultad de escribir diariamente para el público. ¿Cómo contentar a los necios y a los discretos, a los cuerdos y a los locos, a los ignorantes y a los entendidos que han de leerme, y sobre todo a los dichosos y a los desgraciados, que con tan distintos ojos suelen ver una misma cosa?” Aquí, la respuesta no está en el viento, sino en el huracán que provocan los dictados de los amos de los medios. El periodismo español escribe al son del pasodoble militar añoso cuyo rancio soniquete nos recuerda que el mundo en y para España dejó de renovarse a causa de los yugos y prisiones a que la sometieron los Reyes Católicos. Cuanto se escribe, retrata o filma no son más que ocasiones para que ese “pueblo” al que tanto se recurre siga hablando por boca de ganso.

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