dimecres, 28 de juny del 2017

LORENZO, SILBA

Silva –Lorenzo- escribe en “El Mundo” unas palabras de tibio respaldo a los poetas en España que ningún confort les allegará. Tras el poco original título de “El país que no amaba a sus poetas”, refiere el abogado y escritor madrileño la penuria en que viven los vates en España, a cuya entidad responsabiliza sin entrar en el pormenor de los nombres de las instituciones, partidos y personas que la componen. Menciona los derechos de autor como un salvífico fin a lograr y se plañe de la inane y liberal aportación de los creadores a la cultura patria sin que ésta se lo reconozca como es debido. Poco o ningún alivio supone para los solitarios de la escritura tan tibia reivindicación que, so capa de propiciarse en la memoria del recientemente fallecido Juan Goytisolo -pero a quien no menciona y sólo se le reconoce por la adjunción de una fotografía-, quiere ser un canto de honras fúnebres. Lorenzo silba una melodía que a todos gusta, pero cuya letra, cual la del himno de España, S.A., está por escribirse. No será él, claro está, quien para ello se indisponga con una sociedad narcotizada que huye de los libros y de la instrucción como gato escaldado del agua fría, aunque los suyos compre cuando la díada conformada por el catalán Sant Jordi y la madrileña Feria del Libro lo ordene. Los propios colegas del tal silbador aplauden a rabiar sus palabras, unos por no enemistarse con el “maestro” (tanta muerte encumbra), otros por no ser rechazado para una futura sinecura que, con toda seguridad, cuente con la supervisión del crítico ahíto y quién sabe si ahitado. Celaya murió en la indigencia que también humilló a Amparitxu: no sé qué Silva de entonces salió a la palestra a cantar en sus nombres. Escritores de toda medida y valía -¡ojo, no confundir con éxito!- mueren a diario en sus casas o en las casas de sus amparadores o en los puentes no ocupados por moradores más arteros: ni una letra podrida, de las que restan en el pudridero de los homenajes de forzado postín, recuerda a la ciudadanía que con ellos también muere la poesía. Mueren ellos, que ni poetas son -al decir del silencio que ni a despedirlos sale-, mueren los hombres, los que no han sabido ser intelectuales de renombre y caché. Lorenzo –Silva-, silba; silba, Silva –Lorenzo-, ¡hasta resucitar a los muertos!

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