dijous, 8 de juny del 2017
EL INDIGENTE DE SANT PERE DE RIBES
Convertir la mirada torva del buen creador en la del indigente que duerme en el mismo edificio que yo (él en el soportal de la abandonada entidad bancaria y yo en el segundo primera). Aspirar secreta o públicamente (desde que IKEA vela por nosotros, hay armarios para todos los usos) a la provisión y posterior aparición y celebración general de la miseria como una forma inteligente de la austeridad que albergo en mi interior y en el fondo del ropero cuyo amparo busco cuando la vida me supura incontenible por los músculos anulares. Darle la vuelta al sentido de las cosas con divina munificencia, con la extrema liberalidad de quien aparta de sí el cáliz de la rutina y las transmitidas muertes y dolores del prójimo ignorado más allá de la oración laica que mi breviario 'oenegeístico' y de santidad de baratillo me adjudica cada noche. Envidiar en verano el fresquito al indigente y firmar en invierno una petición popular de cobertura de los sin techo para no congelar las ideas y los buenos sentimientos en mi mente. El indigente, al relente; el ciudadano, fulano y zutano con carnet de buen samaritano y ahorrillos en otro banco, al despacho del mengano.
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