dijous, 12 d’abril del 2018

DÍAS DE CONSTRUCCIÓN Y DECONSTRUCCIÓN

Con la precisión del matemático que la escribió, sabedor de que el acierto estriba en la aceptación de la ambivalencia de las cosas y en la asunción de nuestro papel de adaptadores de las mismas a la realidad cambiante y subjetiva, "Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas" es en estos momentos una obra de lectura imprescindible. Libro de cabacera para los que hayan perdido la cabeza y no deseen encontrarla; relato para cuantos se hayan precipitado del ático de la locura y hayan dado en el suelo de las lógicas falsamente acomodaticias a que con tanta frecuencia recurren las facciones políticas e incluso de que se informan las diagnosis jurídicas de no importa qué tiempo y lugares; desesperada criatura cuyo lanzamiento de la rica tranquilidad de la vida fácil provoca el tedio que ya experimentan desde la infancia las mentes limitadas a la reproducción de los paradigmas sociales, "Alicia..." es una pieza que asiste de forma casi aséptica, pese a todo, al parto de nuestro estupor por el engaño con que de forma aparentemente voluntaria nos conducimos a diario (¿es la posverdad de que nos habla Marina Garcés?). Para relacionar cuanto se quiera lo que de ningún modo debiera relacionarse de forma prevaricadora (o sea, con desvarío), he aquí unas líneas del último capítulo de este maravilloso juego de identidades etiquetadas por aspersión, pero solo a primera lectura:
"Tan pronto como los miembros del jurado se hubieron recobrado un poco del shock que habían sufrido, y hubieron encontrado y enarbolado de nuevo sus tizas y pizarras, se pusieron todos a escribir para consignar la historia del accidente. Todos menos la lagartija, que parecía haber quedado demasiado impresionada para hacer otra cosa que estar sentada allí, con la boca abierta, los ojos fijos en el techo de la sala.
-¿Qué sabes tú de este asunto?- le preguntó el Rey a Alicia.
-Nada -dijo Alicia.
-¿Nada de 'nada'? -insistió el Rey.
-Nada de 'nada' -dijo Alicia.
-Esto es algo realmente trascendente -dijo el Rey.
Y los miembros del jurado estaban anotándolo ya en sus pizarras, cuando intervino a toda prisa el Conejo Blanco:
-Naturalmente, Su Majestad ha querido decir 'in'trascendente -dijo en tono respetuoso, pero frunciendo el ceño y haciéndole signos de inteligencia al Rey mientras hablaba.
-'In'trascendente es lo que he querido decir, naturalmente -se apresuró a decir el Rey.
Y empezó a mascullar para sí: "trascendente... intrascendente... trascendente... intrascendente", como si estuviera intentando decidir qué palabra sonaba mejor.
Parte del jurado escribió "trascendente" y otra parte escribió "intrascendente". Alicia pudo verlo, pues estaba lo suficiente cerca de los miembros del jurado para leer sus pizarras. "Pero esto no tiene la menor importancia", se dijo para sí.
En este momento el Rey, que había estado ocupado escribiendo algo en su libreta de notas, gritó: "Silencio", y leyó:
-Artículo Cuarenta y Dos. 'Toda persona que mida más de un kilómetro tendrá que bandonar la sala'.
Todos miraron a Alicia.
-Yo no mido un kilómetro -protestó Alicia.
-Sí lo mides -dijo el Rey.
-Mides casi dos kilómetros -añadió la Reina.
-Bueno, pues no pienso moverme de aquí -aseguró Alicia-. Y este artículo no vale: usted lo acaba de inventar."
(Fragmento del último capítulo de "Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas", de Lewis Carroll, según la traducción que realizara en 2000 para la editorial Lumen Humpty Dumpty.)

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